martes, 1 de diciembre de 2020

RESEÑA DE: TIERRA - ELOY MORENO

 



TÍTULO: TIERRA

AUTOR: ELOY MORENO

GÉNERO: NARRATIVA / FICCIÓN CONTEMPORÁNEA



El problema de buscar la verdad es encontrarla y no saber que hacer con ella. 





OPINIÓN PERSONAL:


No recuerdo el confinamiento de marzo como un buen periodo, tampoco en lo que a lectura se refiere. Al menos para mí. Intenté paliar el tedio de las largas horas del día con los libros, pero no lograba concentrarme. Cogía un libro y después de leer unas cuantas páginas lo dejaba. Esto se repitió una y otra vez, hasta que cayó en mis manos Tierra. 

Y fue por casualidad, o a lo mejor no fue algo tan casual, tal vez tuvo que ver ese destino que dicen que está escrito. Lo cierto es que los dos nos encontramos y como suele pasar con las cosas inesperadas, precisamente por eso, porque son inesperadas, fue una de las experiencias más gratificantes en esos momentos en que parecía ralentizarse el tiempo a pesar de seguir contando las horas. 

En mi opinión, un libro es bueno cuando, tiempo después de su lectura, las sensaciones y sentimientos siguen en la mente del lector, cuando este continúa acordándose de muchos o de alguno de sus pasajes, de los lugares, de los personajes, de la emoción o sufrimiento que le acompañaron entonces, de aquello que acompañaron a los personajes también. 

Quizás por eso he tardado tanto en escribir acerca de él, porque en parte, siento que esas emociones dejarán de pertenecerme, de arañarme por dentro en cuanto las plasme en el papel y se liberen de mi mente. Por otro lado soy consciente, de que no va a suceder así del todo, porque lo sentido no se olvida. 

Por otro lado, las cosas buenas hay que compartirlas. 

Me gustan las historias que no dejan indiferente, que hacen sentir, sufrir, reír, soñar y reflexionar. Todas esas historias que producen un torrente de sensaciones durante, y una vez terminada la lectura. Y, sobre todo, adoro esos libros que logran que me mantenga hasta altas horas de la madrugada, esos que evitan al sueño y hacen que esté totalmente inmersa en las letras, sabiendo que si me despisto un instante y cierro los ojos, me voy a perder algo importante. 

Y todo eso me sucedió y me sucede con Tierra. Me bastó un día y medio para saber que ya nada sería igual, del mismo modo que sabía que nada iba a ser como antes después del confinamiento. Y solo después de leído, fui consciente de que había devorado en unas horas un libro de más de 500 páginas. 

Por lo general, suelo evitar los libros demasiado largos, me cuesta leerlos. Algunos incluso, me llevan al hastío y hacen que deje de leer durante un largo tiempo. Aunque procuro terminarlos todos, la sensación última de insatisfacción que algunos me producen, hace que decida evitarlos. 

Tierra fue el libro elegido para la lectura conjunta de un grupo de internet. Me gustó la elección, porque me gusta la forma de escribir de su autor. Por eso no me costó decidirme por esta lectura, y lo hice sin mirar la extensión del libro, que leí en digital. 

Tuve la oportunidad de conocer a Eloy Moreno hace años, cuando vino a Pamplona a presentar El regalo, su por entonces último libro. Recuerdo que era junio. El mes está nítido en mi mente, no así el año. Creo que fue en 2016. Busqué la fecha exacta en la dedicatoria, pero al contrario que la mayoría de los escritores, este autor no pone la fecha en las novelas que firma. 

Eloy Moreno es un autor diferente, llega a las personas a través de su carácter amable, de su sencillez y cercanía a la hora de escribir y de hablar. 

En aquella ocasión no habló del contenido de “El regalo”, no dijo de qué trataba explícitamente. 

Contó anécdotas relacionadas con el libro y que en el fondo estaban estrechamente unidas a la lectura, a ese trasfondo que se percibe entre las letras. Hizo hincapié 

en que todos debemos seguir nuestros sueños y nos invitó a hacerlo. 

Escuché con atención todo lo que dijo e hice mías cada una de aquellas palabras. Estaba siendo un año malo, tanto a nivel profesional como personal. Había comenzado a escribir, a retomar la pasión por la escritura de mi juventud y que por avatares de la vida había dejado aparcada. Recuerdo que pensé que aquel era el momento ideal para dar un paso adelante e ir más allá, que era el instante perfecto para centrarme en ello y perseguir aquel sueño de ser escritora que una vez tuve. 

Con el tiempo lo olvidé, me olvidé de Eloy y de sus ánimos para perseguir lo que se desea. 

No leí “El regalo” hasta pasado un tiempo y cuando lo hice volví a rememorar todo lo escuchado en aquella presentación y, al leer la dedicatoria de nuevo volví a recordar aquellas palabras. 

He pensado muchas veces en aquella presentación. 

Mientras iba leyendo Tierra, iba reconociendo la escritura, el estilo de Eloy, directo, con lenguaje sencillo, con personajes tan similares a nosotros, tan real dentro de la ficción, tan ficticio que se convierte en tan real. 

Y la vida, la vida que a veces parece que nos lee el pensamiento y adelanta los acontecimientos o los acompasa a nuestro ritmo. 

Es un libro de lectura ágil y dinámica, con capítulos muy cortos y con final de capítulo intrigante. De esa forma mantiene la curiosidad del lector y le invita a no dejar de leer, a seguir pasando las páginas. 

Algo que quisiera resaltar de este escritor y que a mi me gusta mucho, es que en sus libros no hay sinopsis. Hay que leerlo para descubrir el secreto que encierra la historia, que se refugia en los lugares que plasma en cada novela, en cada situación tan bien descrita. 

Quizá sea premonitorio o solo una casualidad como he escuchado decir al autor en más de una ocasión a lo largo de este confinamiento, pero la realidad/ficción del libro se parece mucho a la que nos ha tocado vivir estos últimos meses, aunque dentro de un marco diferente. 

Aunque en mi opinión, Nellyne es el eje central de la novela ya que considero que gira todo alrededor de ella, de su historia, de su secreto mejor guardado, el resto de personajes también son importantes, todos ellos son relevantes.

Todos y cada uno tiene su misión, su papel en esa vida ficticia tan similar a la real.

Habla de miedos, de familia, de codicia, de envidias, pero sobre todo es una historia de vida. 

Se revelan muchas emociones en las páginas y deja muchas sensaciones, invita a la reflexión después de pasar la última página. Aborda temas actuales e incluso consigue que el lector haga una mirada introspectiva, algo que también me pasó con “El regalo”. 

De aquel libro, extraje muchas frases y párrafos que incluí en el devenir de mi día a día. 

Dos años después de aquella presentación que me marcó, presenté mi primer poemario y al firmar el primer ejemplar con un boli de gel rosa, me acordé de Eloy Moreno y su Bolígrafo de gel verde. Y sonreí. 

Seguramente nadie reparó en esa sonrisa, entre otras cosas porque aquel día no paré de sonreír, pero aquella fue especial. No conté entonces que parte de la inspiración , parte de la perseverancia y la ilusión que albergaban mi libro de poemas, se debían a lo escuchado aquella tarde de junio. 

Terminé de leer “Tierra” a las 4 de la madrugada de una noche desmadejada de confinamientos, pero en esa ocasión mi insomnio no era por el desasosiego que me producía esa situación. 

Esta vez tenía un motivo, terminar la lectura. 

Tenía sentimientos encontrados, quería terminar y no hacerlo para no dejar de estar ahí. 

Tan cerca y tan lejos de mi vida real. 

Sin embargo, seguí, seguí por no habría podido dormir si lo hubiera dejado. 

Y una vez terminado, me mantuve despierta hasta casi el amanecer porque no era capaz de dejar de pensar lo que había leído. 

Todo lo que había aprendido. 

Y en el refugio de mi cama con la melodía de mis propios pensamientos, me fui quedando dormida. 

Aquella tarde de junio, cuando me acerqué al autor para que me firmara el libro y después de leer la dedicatoria, le dije. 

“Si persigo mi isla, algún día yo estaré ahí, como estás tú ahora, firmando mi libro” 

Pero eso tampoco se lo conté a nadie. 

Hasta ahora. 



“Creo que fue allí, en aquel funeral al que le sobró tanto dinero como cariño le faltó, cuando nos dimos cuenta de que a la vez que nos abrazábamos nos despedíamos. 

[…] 

Con la muerte de mamá nuestros caminos se fueron, lentamente, separando. Cada vez las llamadas tardaban más, los mensajes eran más cortos y los silencios más largos. Hasta que llegó un día en el que ya no hubo contacto, simplemente dejamos de hablar. No ocurrió nada especial, y quizás eso, la ausencia de motivos, fue lo más triste de todo.” 

Tierra / Eloy Moreno




viernes, 31 de julio de 2020

LA MAGIA DE UN CUMPLEAÑOS EN TIEMPO EXTRAÑO


A Lourdes no le gusta que escriba poemas, dice que no los entiende. Mi hermana también lo dice.

Alguna vez sí los ha comprendido, incluso ha llorado con el significado de los versos.

En esas ocasiones me ha dicho que soy tonta porque le he hecho llorar.

No me importa que me llame tonta, me hace feliz que capte el sentimiento de lo que he querido expresar.

Sé que lee todo lo que escribo, aunque no siempre me lo diga. Incluso los poemas, a pesar de no entenderlos siempre.

Insiste a menudo en que escriba un libro de capítulos, a lo que yo respondo que no sé escribir libros de capítulos y ella entonces me replica que tampoco sabía escribir poemas de amor y publiqué un poemario.

Es una anécdota simpática que me da pie para comenzar este relato.

Quizás algún día deje de ser una anécdota.


Sin embargo, aunque no sepa cómo empezar una historia, como hilar un argumento largo, aunque se me resista ese libro de capítulos, de vez en cuando me adentro en la narrativa.

Me encanta escribir relatos, relatar recuerdos.

Especialmente cada 31 de julio, día de su nacimiento. Me gusta recordarlo y dedicarle unas bonitas palabras.

A ella también le gusta.

Sí, nació un 31 de julio, igual que el personaje de ficción Harry Potter. Ella también llevaba gafitas como él. Y su sonrisa es mágica al igual que la expresión de sus ojos.

Por eso en mi móvil suena la melodía de Hogwarts cuando ella me llama.

   Aquel día, al atardecer, llovía con fuerza. Esto ya lo he mencionado otras veces.

Lo que creo que todavía no he contado es la hora a la que nació. Nació a las 9 menos diez de la noche. Nunca olvidaré aquel reloj que había en el paritorio ni a la doctora diciendo la hora. Tampoco olvidaré a la enfermera preguntando si podía salir al pasillo a informar al padre de cómo iba todo.

Fue una espera larga, un parto difícil, Alberto no pudo ver cómo nacía nuestra chiquitina y yo no escuché cuando lloró por primera vez, pero él sí. Desde la incómoda silla del pasillo pudo oírlo.

No pude ver la felicidad en sus ojos en ese momento ni él vio mi emoción cuando me acercaron a Lourdes para que le diera un besito nada más nacer.

Es muy vívido el recuerdo de aquella tormenta, del ruido de los truenos cuando ya estaba en la habitación, del sonido de la lluvia golpeando en el cristal y del viento que azotaba las ramas de los árboles y las persianas.

Sin embargo, de la intensidad del dolor antes de que Lourdes naciera, ya no me acuerdo.

En mi mente hay muchas escenas de aquellos momentos, fotogramas que han quedado en mi mente y que refresco con frecuencia. Cada vez que veo la carita de mi niña en una foto de hace 22 años, cada vez que la miro ahora.

Este es un año extraño, un año en el que cumplir años se está convirtiendo en algo muy raro. Un año en el que los abrazos y los besos están guardados en los bolsillos, y las sonrisas pierden color tras las mascarillas. Las celebraciones son atípicas y a través de la pantalla del teléfono o del ordenador la vida no es igual y la emoción del momento tampoco.

En tiempo de pandemia los cumpleaños son diferentes.

Me imagino dentro de un tiempo en el recuerdo de estas palabras que escribo al calor de unos días en los que la temperatura casi alcanza los 40 grados. De cuánto marcaba el termómetro aquella vez tampoco tengo conciencia. Tal vez hoy el bochorno derive en tormenta de nuevo. En ese tiempo futuro me acordaré de este relato, me veré tras el ordenador tecleando estos pensamientos presentes con sabor añejo y rememorando los muchísimos instantes dulces y alguno que otro más amargo desde aquel entonces.

La memoria a veces es frágil y no retiene cada una de las palabras escritas en los anteriores cumpleaños.

También es selectiva y relega al trastero aquello que no le gusta, que ya no le sirve, aquello que no le aporta nada. Con el paso del tiempo el dolor ya no es el mismo, aunque la tristeza se mantenga.

No quiero divagar, no más de lo necesario y por ello vuelvo al hilo de lo que pretendo contar. Es difícil no repetirse, no escribir cada año lo mismo.

Este no será como todos.

Me refiero al relato.

También a la celebración, sobre todo a la celebración.

Este va a ser su primer cumpleaños trabajando, su primer cumpleaños en medio de los rebrotes de una pandemia, Esta, si no me traiciona la memoria, será la primera vez que no lo celebre con toda la familia el día que cumple los años.

En ningún caso eso quiere decir que no vaya a ser especial.



Este será un capítulo más de su vida. Uno escrito con tinta gris en lugar de la rosa que conforma su color favorito.

Uno más de esos que algún día serán parte de ese tan ansiado libro de capítulos que ella quiere que yo escriba y que yo aprenderé a escribir.


«Y de pronto, mi madre me cogió y me abrazó.

──Te quiero ── me dijo al oído

── Yo también ── le contesté, pero noté como le cambiaba el rosto…

── ¡ No, no! ── me recriminó──. Yo también no es un te quiero, no lo olvides, no lo olvides nunca.

── Te quiero, mamá. ¡Te quiero! ¡te quiero! ── le grité.

 

Te quiero, quizá las dos palabras más complicadas de decir a un padre, quizá las dos palabras más complicadas de decir a un hijo.»

 

Fragmento de El regalo / Eloy Moreno

 

He releído muchas veces este párrafo y he dicho también mucho más a menudo “Te quiero”, desde que lo leí por primera vez, desde que escuché al autor en la presentación del libro. No es difícil hacerlo, aunque a veces lo parezca.

 

lunes, 13 de julio de 2020

OPINIÓN DE LA OBRA DE TEATRO "LA SOMBRA". YOLANDA ALMEIDA



TÍTULO: LA SOMBRA

AUTORA: YOLANDA ALMEIDA

GÉNERO: TEATRO

SINOPSIS



El miedo, la incertidumbre… Nos paralizan, nos ocultan, nos convierten en sombras de un yo que en esencia no teme a nada, que no busca la aprobación. Pero, ¿podríamos llegar a dejar de ser versiones de nosotros mismos? 






OPINIÓN PERSONAL 

Somos parte de nuestros recuerdos. Unos permanecen vívidos en nuestra memoria mientras otros se van difuminando con el tiempo y aunque sigan ahí, el olvido se va apoderando de sus sensaciones. 

De repente un día reaparecen. 

Dentro de unos años recordaré que 2020 fue el año de la pandemia. Recordaré que los meses se asomaron a la ventana y volaron con el viento. Rescataré de la memoria algunas de las muchas de las imágenes que he ido guardando en este tiempo extraño de rutina rara dentro de lo que habría sido mi vida habitual. 

Las hay de todo tipo: emotivas, alegres, tristes, con un toque de resignación, con un punto de miedo, de angustia, de soledad. 

Por la mente pasará el eco de unos aplausos a las 8 de la tarde, retumbará el silencio de la soledad en la ausencia de quien se ha marchado y ese recuerdo que he mencionado nos hará partícipes de una obra de teatro tan real en los confines de lo que debiera ser fantasía. 

Quizás algo tenía que cambiar. 

En ese período inusual, el aprendizaje ha sido continuo y los recursos tecnológicos fundamentales. La distancia ha tenido otro significado en la cercanía de las redes sociales. 

Ya en los albores del verano, hemos convertido el confinamiento en pasado. En la costumbre de no dejar atrás la costumbre de seguir adelante, se empezaron a retomar algunas actividades culturales. 

Entre ellas el teatro. 

El viernes 19 de junio se presentó en la Casa de la Juventud la obra de teatro La Sombra, escrita por Yolanda Almeida. 

Se trataba de una lectura teatralizada intepretada muy bien por Amaia Rodríguez y Javier Urtasun. 

Por un momento sentí que todo volvía a ser igual que antes, que ese antes no se había visto alterado. 

Durante ese instante que duró varios minutos, Per Gaztelu, escritor de novela negra, poeta y compositor desgranaba notas de su guitarra mientras su melódica voz de tango interpretaba la canción escrita por él mismo para la obra. Le acompañaban Amaia Rodríguez y Javier Urtasun. Sus voces de coro al unísono acariciaban el ambiente y envolvían a los presentes entre acordes de guitarra, violín y piano. 

Había escuchado antes la canción en la presentación virtual de la obra, pero no sentí lo mismo en aquella ocasión. El sonido a través de las redes no es el mismo, ni la esencia, ni la intimidad personal que ofrece escucharla en vivo. 

Los directos de Instagram o las sesiones de zoom ayuda a la cercanía y a la conexión, pero la sensación es distinta. 

Cuando la escuché en la casa de la juventud, el sentimiento de las letras me envolvió en su órbita, me hizo cómplice de las palabras, erizó mi piel y sentí un nudo en mi garganta. 

Las mascarillas, la distancia entre el público, las medidas de seguridad, el gel de manos. Todo desapareció mientras sonaba la canción, mientras con los ojos cerrados mis sentidos se dejaban acariciar por la melodía. 

Fue un sentimiento extraño, aunque familiar, lejano aunque cercano. 

No acerté entonces y no acierto ahora a explicar el motivo. 

La sombra arranca con el protagonista, Miguel, un joven muy angustiado presentándose en casa de su psicóloga a altas horas de la noche para contarle que cree haber matado a una persona. 

Y a partir de ahí, me dejé llevar por el contenido de las palabras, por ese trasfondo que lleva hasta la punta del Iceberg. 

Y descubrí la profundidad de la obra. 

Empaticé con esa historia, con sus personajes. 

Hice mío su miedo. 

Ese miedo a dejar de ser uno mismo. 

A ser una sombra. 

A que la sombra domine nuestra vida y nos convierta en sombras de nosotros mismos. 

Siempre me ha gustado el teatro, no solo ver las representaciones, sino también leer las obras. Recuerdo mis veranos de juventud en la piscina del pueblo a la sombra de un árbol leyendo a los clásicos. Recuerdo “El alcalde de Zalamea” en los susurros de mi voz o “La vida es sueño”. También otras muchas. Mientras el resto de la gente disfrutaba del sol yo lo hacía del teatro. 

Luego dejé de leer y de escribir. 

Hasta hace unos años. 

No había vuelto a leer obras de teatro ni a recordar aquellas tardes de verano. 

Hasta ahora. 

Ese viernes, volví a aquellos años mientras escuchaba a los actores. No sé la razón por la que me vinieron aquellos recuerdos a la mente. 

La verdad es que no tiene importancia. 

Disfruté con la obra, con lo que me hizo sentir. Me vi a mí misma sumida en la inseguridad, en el miedo que esa inseguridad provoca en las personas. Dentro de la ficción siempre hay una mota de realidad. 

En ocasiones mucho más que una mota. 

Cuesta hacer una mirada introspectiva, cuesta hacer limpieza interior. 

Cuesta no pensar en lo que piensan los demás de uno mismo. 

Cuesta no juzgar y cuesta reconocer que te importan los juicios. 

Cuesta darse cuenta de que a lo mejor no somos tan importantes, ni los demás piensan tanto en nosotros. 

Es más fácil culparse. 

A Miguel, el protagonista, le cuestan muchas cosas y se da cuenta de muchas otras a lo largo de la obra. 

No deja indiferente lo contado, lo interpretado, lo vivido por Miguel, los sentimientos que Ariadna le obliga a descubrir. Tan reales, tan vívidos. 

Aquel día que Yolanda nos habló de La sombra, contó que la obra era inicialmente una novela, de hecho, nació de la La cuarentona, su última novela. Sin embargo, los personajes en esta ocasión hablaban demasiado y la instaron a contarla de manera diferente, a teatralizarla hasta convertirla en una obra para ser interpretada. 

Yolanda es muy versátil e inquieta. Poeta, novelista y ahora dramaturga, escribe con pasión e intensidad y eso queda reflejado en todo lo que escribe. 

Fue mágica aquella tarde a pesar de lo irreal de la situación y de las circunstancias. 

Nueva normalidad lo llaman. 

Nuevo sí que es, aunque discrepo en lo de normalidad. 

Hubo muchas frases que me llamaron la atención y que quedarán en mi memoria. 

Sin embargo, hay una en especial que pronuncia Miguel y que no he olvidado: 

“Morir significa que alguna vez estuvimos vivos” 
(La Sombra – Yolanda Almeida) 

Vivamos para recordar que una vez fuimos al teatro en tiempos de pandemia.

lunes, 6 de julio de 2020

6 DE JULIO: UN CHUPINAZO SILENCIOSO.


 
No recuerdo la última vez que desperté un 6 de julio con un desasosiego y una angustia tales como los que he sentido esta mañana cuando ha sonado el despertador.

No lo recuerdo porque no soy consciente de que haya ocurrido alguna vez.

Tampoco recuerdo haber dejado sonar el despertador un 6 de julio.

Sí recuerdo la última vez que trabajé este día. Hace mucho tiempo de aquello.

También recuerdo mis últimos sanfermines trabajando.

Se me olvida que este año no va a haber sanfermines.

Pero el espíritu permanece, también la emoción que eriza el vello de mis brazos y empaña mis ojos todos los 6 de julio a las 12 del mediodía. No entiende de virus, de pandemias ni de nueva normalidad con aforos limitados. Esa emoción que corre por mis venas sigue ahí y reclama su sitio, su minuto de gloria, sus años de recuerdo.
 
 


 
 
Generalmente la madrugada de este día no duermo bien, me acuesto tarde y me despierto cada rato con los nervios y la ansiedad del día esperado desde el 14 de julio del año anterior.

Sin embargo, este año he dormido, agotada de cansancio, sin despertarme excesivas veces, con unos sueños extraños que recordaba al abrir los ojos y con una sensación de tristeza que me cuesta relatar con palabras.

Me he levantado con la impresión de un chupinazo silencioso que retumbará en mis oídos aunque no se escuche en el cielo. Los momenticos habituales de este día especial serán distintos, pero no dejarán de ser momenticos, lo serán en función de lo que cada persona cree o reinvente.

El trayecto al trabajo ha sido como el de cualquier otro día, pero con una perspectiva diferente, la de unas calles semi-vacías y unas paradas de autobús carentes de vida, ajenas al ajetreo propio de la fecha.

En el coche una música melancólica a tono con la nostalgia que siento hoy. Unas notas grises que acompañan un día alegre rendido a la tristeza de quien ve llover aunque no esté lloviendo.

No hay sanfermines, apenas he visto a nadie vestido de pamplonica. Yo tampoco iba con el atuendo, pero sí con los colores propios de las fiestas, con el rojo que este año simboliza el dolor más que nunca y con el blanco que me recuerda los espacios vacíos, la ausencia y la soledad de un año en la que los meses han pasado de puntillas y la primavera ha florecido al otro lado de las ventanas.

Y almorzaré, como todos los días, también como todos los años este día. Sin embargo, la compañía no será la habitual de este día especial y el almuerzo aunque no sea el de un día normal, tampoco será el mismo.

¿Quién dijo que unos huevos con txistorra no podrían ser dulces?

Gracias al detalle que ha tenido esta mañana una persona al traernos un platillo de gominolas emulando el castizo almuerzo sanferminero, el instante será menos amargo y la dulzura besará mi paladar. Ha sido un bonito regalo. A mí particularmente me ha hecho mucha ilusión.

A las 12 no sonará el estallido del cohete, pero yo miraré al cielo como cada 6 de julio y me acordaré de los que ya no pueden celebrar conmigo.

Alberto subirá a la Peña Izaga y desde la cima de un monte intentará tocar las nubes y se colocará alrededor de su cuello el pañuelo con el recuerdo de su hermano. A las 12 las lágrimas empañarán sus ojos y recordará años pasados, también imaginará los que están por venir. Después me llamará, luego se quitará el pañuelo y regresará a casa con el sentimiento extraño que envuelve una sensación rara.

 Por su parte, Lurdes, desde casa, recordará cada 6 de julio vivido. Ella no se ha perdido ninguno. Incluso el año que nació (15 días después de las fiestas) lo vivió. Todavía recuerdo aquellas pataditas al son de los fuegos artificiales.

Cada persona llevará hoy ese sentir de la fiesta en su interior, cada uno lo celebrará o no lo hará a su manera, desde el balcón, desde la ventana, desde su puesto de trabajo, desde el monte…

Espero que las calles no se llenen de gente, que el sacrificio de muchos no se vea oscurecido por la irresponsabilidad de otros.

No quiero que el verano me mire desde el otro lado del cristal.

No quiero más hojas en blanco.

Este año el pañuelico no acariciará mi cuello, este año cubrirá mi boca en esta nueva normalidad que de normal no tiene nada.

O tal vez sí.

Quién determina el significado de “normal”.

Dentro de unos años recordaré 2020 como el año que no hubo sanfermines.

No en apariencia.

Sí en el corazón.

jueves, 14 de mayo de 2020

RESEÑA DE: TODO EL MUNDO ES GILIPOLLAS (Y TÚ MÁS) - EBA MARTÍN MUÑOZ



TITULO: Todo el mundo es gilipollas (y tú más)

AUTORA: Eba Martín Muñoz

GÉNERO: Fantasía urbana






SINÓPSIS:

Mikel es un vendedor de zapatos que aspira a ser escritor. La misma mañana en la que ha quedado con un agente literario interesado en él, todo comienza a torcerse y las desgracias se le agolpan por el camino. Después de despedirse de su trabajo en la zapatería, recibe una visita de lo más inesperada, una visita que será el germen de una aventura sin precedentes para recuperar la felicidad. Acompaña a Mikel en este viaje épico transdimensional lleno de sorpresas, amor, humor y mucho más. 

Todo el mundo es gilipollas estaría enmarcada dentro del género de la fantasía urbana aunque coquetea con otros géneros y temáticas como son la ciencia ficción, el humor, los viajes temporales, la novela gótica, y el amor en su concepción más amplio y puro.



OPINIÓN PERSONAL:

En un tiempo indeterminado en el que las horas pasan lentamente y sin apenas más escenario que las habitaciones de casa, la lectura es un bálsamo contra el hastío y la rutina. En esta situación inesperada que está dejando una estela de ausencias, dolor e incertidumbre, la lectura e incluso la escritura, ayuda a mantener la mente ocupada y no pensar demasiado. 


Miré en las estanterías y allí estaba Todo el mundo es gilipollas (y tú, más), de Eba Martín Muñoz. 

En cuanto lo vi, no necesité buscar más. 

Llevaba tiempo queriendo leerlo, pero por una razón u otra, al final lo había ido postergando. Quizás no había llegado su hora o tal vez el frenético ritmo del día a día no me había permitido hacerlo. 

Hasta ahora. 

El azar o la vida misma, quiso además que fuera el elegido para la lectura conjunta de un grupo de Facebook dedicado a la literatura. Una señal más de que era el momento idóneo para leerlo. 

Conozco a la autora desde hace tiempo, y recuerdo con cariño la primera vez que hablamos. Ella había escrito las dos primeras entregas de la saga Seres malditos y yo había escrito mi primera reseña literaria. 

Me animó a leer sus libros y a escribir una reseña y yo me animé a hacerlo. 

A partir de ahí vinieron más libros por su parte, más reseñas por la mía, conversaciones telefónicas y mensajes cuya asiduidad a veces se dilata demasiado en el tiempo. Pero esa amistad sincera está ahí, no caduca. 

He leído casi todos los libros de Eba y sabía que este tampoco me decepcionaría, siendo consciente de que me iba a encontrar con una historia muy diferente a las anteriores. 

Otro valor añadido en el libro es la cuidada edición y la belleza física del mismo. Es una obra realizada con mimo por la editorial. Las ilustraciones interiores y las que protagonizan tanto la portada como la contraportada son magníficas y acordes con la historia. La tipografía no es siempre la misma, cambia dependiendo de lo que está contando. Es original y sorprendente y todo en conjunto contribuye a que sea una novela muy atractiva tanto en el fondo como en la forma. 

Lo comencé a leer con expectación y, a medida que iba pasando las páginas, fui constatando lo que ya suponía. Eba es capaz de adaptarse a cualquier género sin importar lo alto que tenga el listón. También sabía que lo superaría sin problema y lo ha hecho manteniendo su estilo sencillo a la par que extremadamente cuidado.Ha calculado cada detalle, cada anécdota. Ha conseguido que durante el tiempo que dura la lectura, el lector olvide sus problemas cotidianos. 

El tono humorístico e irónico hace que sea fácil evadirse de la realidad y sumergirse en ese plano surrealista y absurdo, en ese caos que aparentemente se ve reflejado en la novela. Y digo aparentemente, porque detrás se halla una historia muy bien construida. Con humor, la escritora lleva al lector por el camino de un aprendizaje que tiene lugar a lo largo de todo el libro y que no le dejará indiferente al terminar. No importa el orden, no importa los saltos que da en el tiempo, el lector se amolda a ellos fácilmente. Y lo hace porque Eba maneja la pluma con maestría y sabe conducir a los lectores por la senda que ella ha marcado. 

Nos encontramos con una obra en la que el amor es importante. No solo el amor físico, el amor en el más amplio sentido de la palabra. Aunque está catalogada como ficción urbana, lo cierto es que dentro de la misma obra hay coqueteos (como apunta la introducción) con otros géneros. Lo que hace que esta novela tenga una riqueza literaria que otros libros no tienen.

La novela tiene un ritmo ágil, incluso vertiginoso, muy característico de la autora. No cabe en esta obra un bostezo o un segundo de aburrimiento. 

Como es habitual también, las descripciones de los lugares son magníficas. No es difícil visualizar cada escenario descrito. 

Me reí mucho y las horas pasaron volando mientras leía, quería más. Hacía tiempo que no leía con tanta avidez, e intensidad. No recuerdo la última vez que lo hice, que me transporté a una ficción que me hizo pensar en mi propia ficción. 

No es necesario buscar siempre una razón lógica a todo, ser ilógico también tiene su encanto y hay momentos en los que hace falta. 

En ocasiones, es necesaria la sinrazón. 

Incluso una pequeña dosis de locura. 

No podían faltar las referencias a Edgar Allan Poe, o a alguna de sus otras novelas. Detalles llenos de ternura y cariño. Un guiño a su inspiración. 

Antes de cada capítulo, hay una cita que hace alusión a la estupidez. Tal vez sí seamos todos un poco gilipollas, por lo menos en alguna ocasión. 

Me dejé llevar. 

No sabía el destino y tampoco necesitaba saberlo. 

Durante la lectura, en más de una ocasión, aparqué la misma durante unos segundos para pensar qué habría hecho yo en el lugar del personaje principal. También me pregunté en qué momento de la historia me hubiera gustado vivir. Incluso imaginé que era ese personaje histórico a quien siempre he admirado o cuya vida me ha generado curiosidad. 

A lo mejor sí he estado en otros lugares y en otros cuerpos antes de este. 

También después. 

Me hizo gracia imaginarlo. 

Y en cada una de esas ocasiones, después de la disertación, volvía de nuevo a las páginas del libro, dejando de lado el insistente latido de los segundos. 

En el tiempo que estuve con la lectura, que no fue mucho, me convertí en cada uno de los personajes y viví cada una de las situaciones. Lo hice con humor, siendo testigo de cada historia interna, cómplice del amor, de las malas decisiones tomadas y de las buenas. Al fin y al cabo somos el resultado de nuestras decisiones, de las correctas y de las incorrectas. 

Me di cuenta de lo necesaria que es la risa. 

Durante ese tiempo, dejé de ver las calles vacías y las llené de fantasía, de abrazos que ahora tengo guardados en un cajón, de versos que escribiré cada día, de aplausos que seguirán resonando en mi mente cuando ya nadie aplauda. 

Cuando todo sea un recuerdo. 

Me alejé de la soledad. 

Al terminar, sonreí y dejé el libro sobre mi mesita de noche. Para volver a él de vez en cuando y llenar de luz la oscuridad de mis noches insomnes. 



«Abro la boca horrorizado. La sala se ha congelado, incluso el salto de Urano hasta la mesa ha quedado suspendido en el aire. Trato de despertar a Carla, pero su cuerpo comienza a parpadear y a convertirse en humo. Todo a mi alrededor desaparece. Yo desaparezco también. Soy humo. Soy nada.»

Todo el mundo el gilipollas (Y tú, más) / Eba Martín Muñoz

viernes, 20 de marzo de 2020

AMOR DE PRIMAVERA






AMOR DE PRIMAVERA

Llena de amor la eterna primavera
de rosas blancas, labios color grana,
luz serena, belleza que engalana
el brillo de tus ojos de enredadera.

Candorosa emoción que el sol prendiera
suave caricia, límpida, lejana,
que refresca el primor de la mañana
con la inocencia de la vez primera.

Intiman a la luz de las farolas
cristalinas miradas, tierno llanto
que envuelve el manantial de clara luna.

Dulce beso, cascada de amapolas
desnuda queda tu alma con su encanto
que arrastra tu candor a la laguna.


Arantxa Murugarren Arenillas (23/02/2020)