Cantaba Gardel que 20 años no es nada. Bella letra de una tango que me ha venido a la memoria y me ha dado pie para empezar este relato.
No voy
a hablar de la letra de un tango, ni de música, tampoco voy a incidir en la velocidad
del tiempo, aunque es irrefutable que la vida pasa un abrir y cerrar de ojos y
si no se está atento pilla a uno con ellos cerrados en los momentos más
importantes.
De lo
que voy a hablar en este escrito es de
la Carrera de Ziordia que el pasado sábado 17 de junio celebró su décima
edición.
¡Diez
años ya!
Diez
años que quizás hayan pasado en un suspiro, pero han dejado miles de instantes,
de imágenes, de momentos, de risas y de alguna que otra lágrima.
Lágrimas
de emoción, que no de tristeza.
Diez años de solidaridad, de esfuerzo.
Diez años en los que se han recogido miles de kilos de comida para el comedor social París 365, en los que se han recaudado miles de euros para la investigación del Dravet y se han hecho miles de kilómetros por el ELA.Diez
años de colaboración, de patrocinadores para las bolsas del corredor y de
donación de premios para el sorteo que se hace para ayudar en la recuperación
de Markel Carmona, aquejado de una de esas enfermedades llamadas «raras»
En
estos diez años. hemos sido testigos de la mejoría de Markel y de sus avances
año tras año. De Markel ya he hablado en anteriores ocasiones, pero siempre tiene
una mención especial en mis relatos. El año pasado le vi ponerse de pie y este
año le he visto andar y mis ojos se han empañado de emoción y alegría.
Y
todo, gracias al piloto de la nave, José Ramón Ramírez, que lucha
incansablemente contra viento y marea para que todo salga fenomenal, y todo
sale fenomenal. Ese tiempo invertido, esas horas robadas al sueño y a su
familia que le apoya incondicionalmente se ven recompensadas con la alegría de
ver a todo el mundo feliz el día de la carrera. En su cara se advierte el
cansancio, pero también el orgullo y la felicidad. Dice mi marido que parece
que hay 100 Joserras, a lo que él responde que no, que solo hay uno, pero su
ilusión y entrega hace que se multiplique por cien y parezca que está en todas
partes, pendiente de todo y de todos.
No, no
lo parece, está ahí, y está en un rinconcito de la memoria de todas y cada una
de las personas que nos acercamos cada año, desde diferentes partes de Navarra
y de España a esta cita inevitable en la que se vive un ambiente único y
especial.
Una
cita marcada en rojo en el calendario.
La primera
vez que fuimos llovió tanto que la carrera tuvo que cambiar el recorrido.
En
esta ocasión, nos recibió un cielo de nubes grises que permitió las carreras
infantiles y al filo de la marcha de dos kilómetros comenzó a llover con mucha
fuerza. los truenos se oían por encima
del alboroto que había en el polideportivo y los relámpagos iluminaban un cielo negro a las
cinco y media de la tarde.
Sin embargo, poco importó la lluvia, Se unificaron la marcha y la carrera de 7 kilómetros y la salida se hizo cuando bajó un poco la intensidad de la tormenta. Como había dicho Pablo, unos minutos antes hablando tras su incansable megáfono: «después de un año preparando con ilusión la carrera, no se puede suspender».
Y bajo
esa lluvia incesante me encaminé a mi lugar favorito, ese rinconcito especial
donde espero que pasen los corredores para indicarles que tengan cuidado y no
tropiecen al llegar al puente. Este año estaba especialmente resbaladizo, así
que cada vez que llegaba un/a corredor/a, repetía una y otra vez: «cuidadico al
pasar por el puente que resbala». Hubo quién en la segunda vuelta, me miró y me
dijo: «cuidado con el puente que resbala» y nos reímos.
Este año la carrera, a pesar de la lluvia, de los truenos, de los relámpagos y del puente resbaladizo, fue especial, porque mi hija Lurdes que solía ser voluntaria como yo, se puso las mallas y se sumó a la carrera. Iba muy bien acompañada por su padre y su novio que no la dejaron en ningún momento y a pesar de no haber entrenado mucho completó toda la carrera como la campeona que es. Hizo todo el recorrido con la sonrisa en la boca, la verdad es que al pasar por mi lado todos sonreían aunque el esfuerzo se veía en sus caras.
Ahora
ya hay dos campeones en la casa.
Cuando
pasó la última persona, me quedé mirando al río.
Y
volví a mirar los columpios vacíos como el año pasado y el anterior.
Y
sentí nostalgia.
Nostalgia
del tiempo perdido mirando hacia otro lado, nostalgia de una infancia pasada.
Y me
apoyé en el puente, ese puente que ya es parte de mí y yo soy parte de él y de
ese río que me susurra que me echa de menos el resto del año, pero me espera
pacientemente.
Y la
lluvia seguía cayendo incesantemente dibujando círculos en la transparencia del
agua.
Con el paso del tiempo me he convertido en la
chica del puente, que no de la curva, que esa da miedo.
Y
siento orgullo.
Y
felicidad.
Hace
un mes mi padre se marchó para siempre y desde entonces la tristeza es mi
compañera más fiel. Con ella agarrada de mi mano fui este año a Ziordia.
Cuando estoy triste no escribo. Así comienza uno de mis poemas y es cierto que no lo hago. Por una vez voy a romper esta premisa. Ziordirunning merece que lo haga y que escriba sobre ella, sobre todo porque durante parte del tiempo que estuve allí, la tristeza me dio una tregua, se bañó en el río y el agua me dio calma.
Durante el tiempo que estuve allí, no lloré, el cielo lo hizo por mí.