domingo, 12 de junio de 2022

DE VUELTA A LA EMOCIÓN - IX CARRERA POPULAR DE ZIORDIA

 


El pasado 4 de junio se celebró la IX Carrera solidaria de Ziordia, conocida como Ziordi running, particular carrera popular en la que el importe de la inscripción se cuenta en kilos de comida para el comedor social París 365 y en el que también se recaudaron fondos para Fundación Dravet, Síndrome de Rett y Kilómetros por ELA.

Y como todos los años, se celebró un sorteo para Markel Carmona -afectado por una enfermedad rara-, para el que se contó en esta ocasión con 61 premios donados por varias entidades y colaboradores que no quisieron dejar pasar la oportunidad de poner su granito de arena.

Ha pasado una semana y los sentimientos y las sensaciones siguen intactas.





Había ganas de retomar la carrera, de volver a hacerla de manera presencial, de volver a reunirnos, de sacar esos abrazos que se estaban quedando entumecidos en los bolsillos.

Había ganas de relegar al olvido ese periodo en el que un minúsculo virus puso patas arriba el mundo y se llevó por delante vidas, ilusiones y sueños y dejó durante mucho tiempo un aroma a cenizas en el ambiente.

También dejó las calles vacías y nos robó, como dice la canción, el mes de abril, pero también parte de los meses de marzo y mayo y mucho más, pero este no es el momento ni el lugar para hablar de ello.

Sin embargo, la solidaridad no se apagó con la pandemia ya que los dos años anteriores se realizó de manera virtual y se colaboró de igual manera en los proyectos que Ziordi running lleva a cabo.

Siempre es gratificante ayudar, sobre todo cuando sientes el cariño de la gente. He dicho en más de una ocasión que esta carrera es especial, Ziordia es especial, su gente y la gente que se reúne ese día también lo es.

Todo contribuye a que sea una cita con un ambiente único que la diferencia del resto de las carreras.

Pero para que todo llegue a buen puerto, tiene que haber un capitán que dirija todo, que arríe las velas,  que maneje el timón con suavidad y firmeza a la vez.

Ese capitán es José Ramón Ramírez, incansable director de orquesta que lleva a sus espaldas el peso de la organización durante muchos meses y consigue que la pieza final sea una obra magistral.

Ese esfuerzo, esas noches sin dormir, esos días interminables de preparación tienen su recompensa el día de la carrera, cuando todo encaja y el puzzle queda terminado con esa foto final de corredores y colaboradores, en la que Markel, Zuriñe y Bea han tenido este año una relevancia especial.

A Markel ya lo conocía de carreras anteriores. También de seguir sus progresos en las redes sociales. Me emociono cada vez que veo un video suyo, cada vez que nos muestra una pequeña mejoría, cada vez que sonríe.

Y me emocioné el sábado cuando le volví a ver.

Durante el confinamiento de 2020 mi inspiración se tomó unas vacaciones y me dejó la mente vacía de emociones. Quizás estaba harta de dictarme las palabras. Me resistía a hablar de la realidad que nos estaba tocando vivir, pero era inevitable hacerlo y en mi cabeza solo había historias tristes que plasmar en el papel.

Por eso dejé de escribir.

También dejé de leer por un tiempo.

Me aparté de las redes sociales, aunque no del todo, hubo una cuenta de Facebook que me acompañó cada día del confinamiento.

Aurrerá Markelein, adelante con Markel era la cuenta, Markel y su madre las personas que me levantaban el ánimo cada día con sus videos, con esos viajes a imaginarios a lugares recónditos, exóticos y reales en un momento en el que todo era tan irreal que parecía mentira pero no lo era.

Y por un rato me olvidaba de mí, de cuanto me rodeaba, de mi hastío literario.

Durante un rato sonreía.

Y esperaba el siguiente video, la siguiente historia, el siguiente post.

A las 8 de la tarde, cuando todo el mundo salía a la terrazas o a la ventana para aplaudir a los sanitarios, en mis manos había un aplauso especial para ellos, para Markel y María, que me enseñaban que hay que hacer frente a la adversidad y levantarse cada vez que uno se cae.

Y mi mirada al infinito durante esos segundos, también para ellos.

El otro día los tuve muy cerquita y estuve a punto en varias ocasiones de hablar con ellos y darles las gracias, pero me avergoncé, también es cierto que soy torpe con las palabras y muy poco hábil con ellas cuando no tengo delante una hoja y un boli.

Me resulta más fácil escribir, escudarme tras lo escrito, dejar que las palabras fluyan en el papel y digan lo que yo no soy capaz en persona

Así que gracias, gracias por todos esos momentos compartidos que me hicieron ver la vida de otra manera.

Han pasado más de dos años desde entonces y apenas he escrito nada. Este es el primer relato que escribo en mucho tiempo. La tinta de mi pluma se ha ido secando y mis dedos se han oxidado, me daba miedo no ser capaz de expresar todo lo que sentí el otro día, pero en cuanto he empezado todo ha ido fluyendo y las palabras se han ido colocando en su lugar. Tal vez escribir sea como andar en bici, que dicen que nunca se olvida.

La primera vez que Alberto y yo fuimos a Ziordia llovía, llovía mucho, tanto que la carrera tuvo que cambiar el recorrido y no pasó por el puente en el que me coloco como voluntaria cada año desde hace 5, aunque los dos últimos años no estuve ahí. El último también llovía, aunque con menos intensidad que aquella primera vez.

El otro día el cielo estaba gris y las nubes amenazaban tormenta, sin embargo se quedaron en eso, en una amenaza que cubrió de nubes las montañas que podía contemplar desde mi bonito emplazamiento.




Echaba de menos estar ahí, escuchar el susurro del agua en el cauce del río.

El río, sin palabras, me dijo que él también me echaba de menos a mí.

Extrañaba esa sensación de libertad, ese sentimiento que me envuelve cada vez que voy a Ziordia, cuando me agacho para tocar el agua, ese momento previos de soledad antes de que los corredores comiencen a pasar por mi lado.

Ese instante final en el que echo un último vistazo alrededor antes de ir a la plaza a reunirme con el resto de la gente.






Y volví a mirar los columpios. El parque estaba vacío, igual que la última vez que había estado allí.

Y la niña que dormita en mi interior, quería subirse a los columpios.

Y la mujer que ya ha pasado los cincuenta no le dejó salir.

A veces pienso que debería dejar salir a esa niña más a menudo.

Lo pienso, pero nunca la dejo salir.

En mi último escrito sobre la carrera de Ziordia me preguntaba si algún día participaría en la carrera como corredora y no solo como voluntaria.

Este año estuve a punto de hacerlo al saber que había una marcha de 2 km. Podía haber participado y luego ir a mi lugar especial para indicar a los corredores que tengan cuidado en el puente de no resbalar.

En esta ocasión dejé pasar la oportunidad.

Sin embargo, sé que algún día estaré en la carrera y no importará si llego la última.

Pero como diría Michael Ende en La Historia Interminable, eso es otra historia y deberá ser contada a su debido tiempo.


martes, 1 de diciembre de 2020

RESEÑA DE: TIERRA - ELOY MORENO

 



TÍTULO: TIERRA

AUTOR: ELOY MORENO

GÉNERO: NARRATIVA / FICCIÓN CONTEMPORÁNEA



El problema de buscar la verdad es encontrarla y no saber que hacer con ella. 





OPINIÓN PERSONAL:


No recuerdo el confinamiento de marzo como un buen periodo, tampoco en lo que a lectura se refiere. Al menos para mí. Intenté paliar el tedio de las largas horas del día con los libros, pero no lograba concentrarme. Cogía un libro y después de leer unas cuantas páginas lo dejaba. Esto se repitió una y otra vez, hasta que cayó en mis manos Tierra. 

Y fue por casualidad, o a lo mejor no fue algo tan casual, tal vez tuvo que ver ese destino que dicen que está escrito. Lo cierto es que los dos nos encontramos y como suele pasar con las cosas inesperadas, precisamente por eso, porque son inesperadas, fue una de las experiencias más gratificantes en esos momentos en que parecía ralentizarse el tiempo a pesar de seguir contando las horas. 

En mi opinión, un libro es bueno cuando, tiempo después de su lectura, las sensaciones y sentimientos siguen en la mente del lector, cuando este continúa acordándose de muchos o de alguno de sus pasajes, de los lugares, de los personajes, de la emoción o sufrimiento que le acompañaron entonces, de aquello que acompañaron a los personajes también. 

Quizás por eso he tardado tanto en escribir acerca de él, porque en parte, siento que esas emociones dejarán de pertenecerme, de arañarme por dentro en cuanto las plasme en el papel y se liberen de mi mente. Por otro lado soy consciente, de que no va a suceder así del todo, porque lo sentido no se olvida. 

Por otro lado, las cosas buenas hay que compartirlas. 

Me gustan las historias que no dejan indiferente, que hacen sentir, sufrir, reír, soñar y reflexionar. Todas esas historias que producen un torrente de sensaciones durante, y una vez terminada la lectura. Y, sobre todo, adoro esos libros que logran que me mantenga hasta altas horas de la madrugada, esos que evitan al sueño y hacen que esté totalmente inmersa en las letras, sabiendo que si me despisto un instante y cierro los ojos, me voy a perder algo importante. 

Y todo eso me sucedió y me sucede con Tierra. Me bastó un día y medio para saber que ya nada sería igual, del mismo modo que sabía que nada iba a ser como antes después del confinamiento. Y solo después de leído, fui consciente de que había devorado en unas horas un libro de más de 500 páginas. 

Por lo general, suelo evitar los libros demasiado largos, me cuesta leerlos. Algunos incluso, me llevan al hastío y hacen que deje de leer durante un largo tiempo. Aunque procuro terminarlos todos, la sensación última de insatisfacción que algunos me producen, hace que decida evitarlos. 

Tierra fue el libro elegido para la lectura conjunta de un grupo de internet. Me gustó la elección, porque me gusta la forma de escribir de su autor. Por eso no me costó decidirme por esta lectura, y lo hice sin mirar la extensión del libro, que leí en digital. 

Tuve la oportunidad de conocer a Eloy Moreno hace años, cuando vino a Pamplona a presentar El regalo, su por entonces último libro. Recuerdo que era junio. El mes está nítido en mi mente, no así el año. Creo que fue en 2016. Busqué la fecha exacta en la dedicatoria, pero al contrario que la mayoría de los escritores, este autor no pone la fecha en las novelas que firma. 

Eloy Moreno es un autor diferente, llega a las personas a través de su carácter amable, de su sencillez y cercanía a la hora de escribir y de hablar. 

En aquella ocasión no habló del contenido de “El regalo”, no dijo de qué trataba explícitamente. 

Contó anécdotas relacionadas con el libro y que en el fondo estaban estrechamente unidas a la lectura, a ese trasfondo que se percibe entre las letras. Hizo hincapié 

en que todos debemos seguir nuestros sueños y nos invitó a hacerlo. 

Escuché con atención todo lo que dijo e hice mías cada una de aquellas palabras. Estaba siendo un año malo, tanto a nivel profesional como personal. Había comenzado a escribir, a retomar la pasión por la escritura de mi juventud y que por avatares de la vida había dejado aparcada. Recuerdo que pensé que aquel era el momento ideal para dar un paso adelante e ir más allá, que era el instante perfecto para centrarme en ello y perseguir aquel sueño de ser escritora que una vez tuve. 

Con el tiempo lo olvidé, me olvidé de Eloy y de sus ánimos para perseguir lo que se desea. 

No leí “El regalo” hasta pasado un tiempo y cuando lo hice volví a rememorar todo lo escuchado en aquella presentación y, al leer la dedicatoria de nuevo volví a recordar aquellas palabras. 

He pensado muchas veces en aquella presentación. 

Mientras iba leyendo Tierra, iba reconociendo la escritura, el estilo de Eloy, directo, con lenguaje sencillo, con personajes tan similares a nosotros, tan real dentro de la ficción, tan ficticio que se convierte en tan real. 

Y la vida, la vida que a veces parece que nos lee el pensamiento y adelanta los acontecimientos o los acompasa a nuestro ritmo. 

Es un libro de lectura ágil y dinámica, con capítulos muy cortos y con final de capítulo intrigante. De esa forma mantiene la curiosidad del lector y le invita a no dejar de leer, a seguir pasando las páginas. 

Algo que quisiera resaltar de este escritor y que a mi me gusta mucho, es que en sus libros no hay sinopsis. Hay que leerlo para descubrir el secreto que encierra la historia, que se refugia en los lugares que plasma en cada novela, en cada situación tan bien descrita. 

Quizá sea premonitorio o solo una casualidad como he escuchado decir al autor en más de una ocasión a lo largo de este confinamiento, pero la realidad/ficción del libro se parece mucho a la que nos ha tocado vivir estos últimos meses, aunque dentro de un marco diferente. 

Aunque en mi opinión, Nellyne es el eje central de la novela ya que considero que gira todo alrededor de ella, de su historia, de su secreto mejor guardado, el resto de personajes también son importantes, todos ellos son relevantes.

Todos y cada uno tiene su misión, su papel en esa vida ficticia tan similar a la real.

Habla de miedos, de familia, de codicia, de envidias, pero sobre todo es una historia de vida. 

Se revelan muchas emociones en las páginas y deja muchas sensaciones, invita a la reflexión después de pasar la última página. Aborda temas actuales e incluso consigue que el lector haga una mirada introspectiva, algo que también me pasó con “El regalo”. 

De aquel libro, extraje muchas frases y párrafos que incluí en el devenir de mi día a día. 

Dos años después de aquella presentación que me marcó, presenté mi primer poemario y al firmar el primer ejemplar con un boli de gel rosa, me acordé de Eloy Moreno y su Bolígrafo de gel verde. Y sonreí. 

Seguramente nadie reparó en esa sonrisa, entre otras cosas porque aquel día no paré de sonreír, pero aquella fue especial. No conté entonces que parte de la inspiración , parte de la perseverancia y la ilusión que albergaban mi libro de poemas, se debían a lo escuchado aquella tarde de junio. 

Terminé de leer “Tierra” a las 4 de la madrugada de una noche desmadejada de confinamientos, pero en esa ocasión mi insomnio no era por el desasosiego que me producía esa situación. 

Esta vez tenía un motivo, terminar la lectura. 

Tenía sentimientos encontrados, quería terminar y no hacerlo para no dejar de estar ahí. 

Tan cerca y tan lejos de mi vida real. 

Sin embargo, seguí, seguí por no habría podido dormir si lo hubiera dejado. 

Y una vez terminado, me mantuve despierta hasta casi el amanecer porque no era capaz de dejar de pensar lo que había leído. 

Todo lo que había aprendido. 

Y en el refugio de mi cama con la melodía de mis propios pensamientos, me fui quedando dormida. 

Aquella tarde de junio, cuando me acerqué al autor para que me firmara el libro y después de leer la dedicatoria, le dije. 

“Si persigo mi isla, algún día yo estaré ahí, como estás tú ahora, firmando mi libro” 

Pero eso tampoco se lo conté a nadie. 

Hasta ahora. 



“Creo que fue allí, en aquel funeral al que le sobró tanto dinero como cariño le faltó, cuando nos dimos cuenta de que a la vez que nos abrazábamos nos despedíamos. 

[…] 

Con la muerte de mamá nuestros caminos se fueron, lentamente, separando. Cada vez las llamadas tardaban más, los mensajes eran más cortos y los silencios más largos. Hasta que llegó un día en el que ya no hubo contacto, simplemente dejamos de hablar. No ocurrió nada especial, y quizás eso, la ausencia de motivos, fue lo más triste de todo.” 

Tierra / Eloy Moreno