¿Preparados para levantar la vista, mirar alrededor y observar cómo discurre la vida a través de los ojos de los demás?.
Hoy me he despertado temprano, como
siempre durante la fiestas de San Fermín. No podía faltar a mi cita
con El encierro, esa cita que señala el destino de otros, esa cita a
la que yo acudiré cada mañana sin salir de mi casa.
Mientras me sentaba en el sofá y
escuchaba el primer cántico que los mozos le dedican a San Fermín
antes de que el cohete marque el inicio de esa carrera por las calles
de Pamplona, antes de que cientos de personas se abandonen a un miedo
que les hará ir delante de esos toros, me he preguntado por qué yo
nunca estaré ahí. La respuesta es sencilla, muchas pueden ser las
excusas que yo misma me daré, pero una sola realidad. No lo haré
por miedo a quedarme paralizada, por temor a dejar de existir. La
verdadera razón quizá sea porque no quiero.
¿Alguien se ha preguntado alguna vez
por qué la gente corre El encierro?. Unos por convicción, por
sentimiento, porque lo llevan en la sangre, otros por vivir
una experiencia nueva y la inmensa mayoría de los que
vienen a pasar el fin de semana porque es parte del ritual que sigue
a una noche de juerga y alcohol. Es el punto y final a la emoción de
venir a los sanfermines.
Dicen que “por la noche, todos los
gatos son pardos”. En Pamplona, durante las fiestas, es parda la
noche, esa que admite que los seres se adentren en ella, la que se
adueña de la vergüenza, la que desinhibe a la gente, la que permite
que hagan cosas que normalmente no hacen. Estaréis pensando que es
el alcohol quien se encarga de ello y quizá yo también en el fondo
lo crea.
Hace dos noches, Alberto y yo salimos y la madrugada se convirtió en nuestra compañera mientras recorríamos por las calles. Fuimos en busca, sin saberlo, de
emociones nuevas y revivimos una juventud que creíamos perdida. A la caza de esa imagen que los ojos no siempre son
capaces de ver y sin embargo las cámaras de los teléfonos móviles
inmortalizan. Reímos, disfrutamos, ¡vivimos!... Conocimos que hay detrás de quien vino
desde muy lejos para alcanzar un sueño que resultó no ser tal. Hicimos fotos, vimos el otro lado de la fiesta, el de la gente que duerme en los parques, que orina en las calles, el de aquellos que no vienen a disfrutar.
Y allí, entre la algarabía, la belleza de dos cisnes en el Parque de la Taconera, contrapunto del ruido, de la música... ajenos a la fiesta y sin embargo en medio de ella.
Y pasamos las horas y al alba nos
encontramos
descifrando la soledad de un instante
que nos enseñó que lo importante no es levantarse cada mañana y
vivir, lo verdaderamente esencial es vivir para despertarse cada
mañana.
Una noche cualquiera de los Sanfermines...
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