martes, 27 de febrero de 2018

DÓNDE SE QUEDÓ FEBRERO


Ha amanecido sin nubes, con sol y bajas temperaturas. Un día de finales de invierno.

Es domingo, el último de febrero. Aunque parezca extraño e incluso paradójico, no recuerdo cuando comenzó el mes, no soy consciente de que hayan pasado ya veinticinco días.

Enero se me hizo interminable mientras me parece que el segundo mes del año no ha existido.


Tengo esa misma sensación desde hace dos años, desde que Arturo se marchó al amanecer del primer día de marzo después estar un mes entero en el Hospital.

Aquel año, febrero pasó como una estrella fugaz sin luz, ignorando nuestros deseos, aplastándonos como una apisonadora. Fue entonces cuando decidí borrar ese mes de mi calendario emocional. No pensar en ello me alivió al principio, pero las heridas dejaron cicatrices que siguen doliendo cada vez que cambia el tiempo.

Hace frío, me ajusto la bufanda al cuello y camino por Aibar, pueblo de Navarra al que he venido con Alberto.

Paseo mientras él atraviesa los montes que rodean el pueblo. Dice que es su manera de olvidar, de seguir adelante.
Yo sé que no olvida, sé que de esa forma se siente más cerca del cielo, junto a su hermano. Sé que es su manera de sentir su presencia ausente, rozando con sus dedos ese espacio que ocupa en el infinito, de tener ese momento de intimidad que necesita para no desaparecer.

En silencio habla con él mientras corre y su aliento le reconforta. Participar en carreras le da esa libertad que a mí me dan las palabras.
Hemos venido juntos, pero por unas horas nuestros caminos serán distintos y firmaremos páginas diferentes.

Por las calles vacías solo se oye el eco de mis zapatos. Vuela un pajarillo en busca de un lugar cálido donde posarse. Pasa de largo y yo apenas tengo tiempo de verlo.

Entre esas callejuelas estrechas vuelvo a mi infancia. Pienso que todos los pueblos  se parecen cuando se ven desde los ojos de un niño cuando ha dejado de serlo.
Sin embargo, no son iguales, cada uno encierra una historia entre sus muros, sus adoquines, detrás de cada puerta, en la fachada de cada hogar, entre el humo que sale de las chimeneas. Una historia que son muchas y configuran la esencia de cada pueblo.

Me gusta el invierno y sus tonos opacos. Me gusta el color del amanecer y de ese ambiente sin color, ese deje triste que dejan los árboles desnudos en medio de una Plaza que ya no tiene hojas en el suelo. Hace un rato había bullicio en la de Aibar. Había corredores esperando la salida, había espectadores animando, había vida. Unos minutos después de que los participantes se perdieran de vista, el lugar se ha quedado desierto.

Ahora el silencio grita tanto que me duelen los oídos.

Busco un sitio para refugiarme un rato del frío. Sé que hay un bar cerca del Polideportivo. Me dirijo hacia allí. Al entrar, los pocos clientes que hay miran hacia la puerta. Voy al fondo de la barra, pido una infusión y me siento en la mesa más apartada. Un lugar tranquilo donde poder estar sin ser observada, donde escribir imaginando la vida de otros a la vez que me refugio de la mía.

No me doy cuenta de que el bar se ha quedado vacío. Oigo al camarero retirar las tazas de una mesa vecina y, entonces, al alzar la vista veo que estoy sola.

Me levanto, pago la consumición y me marcho.

Me abrigo bien mientras decido qué hacer. Todavía es pronto para ir a la meta.
Imagino cómo estará Alberto. Él no ya no tendrá frío. Estará luchando contra las adversidades de la montaña, cruzando algún riachuelo de agua helada e intentando mantener el equilibrio sobre el resbaladizo barro. Intentará ir por los laterales, pero las zarzas no se lo pondrán fácil. En cualquier caso, seguro que irá con cuidado.

Me sorprendo al salir del bar, el sol ha caldeado el día aunque el termómetro indique lo contrario.

Cerca de ahí hay una panadería. Recuerdo que hace un año compramos pan allí. El año pasado no esperé sola, Lourdes venía conmigo y entre las solitarias calles se oía el sonido de nuestra voz y nuestras risas. Me gusta hablar con ella, acordarme de cómo era yo a su edad e imaginar cómo será ella a la mía. Pienso que no soy tan diferente ahora. Me gusta cuando me hace reír y me hace feliz verla sonreír a ella. Echo en falta su compañía.

Huele bien en la panadería. El pan de los pueblos sabe mejor.
Cuando era pequeña iba con mis padres al pueblo los fines de semana. Los domingos me gustaba ir a comprar el pan y churros. Eran los mejores del mundo. He probado muchos desde entonces, pero ninguno sabe como aquellos. Tampoco yo soy la misma ni tengo la misma ilusión que tenía cuando esperaba el turno en la churrería de mi pueblo. Era una buena manera de enterarse de lo que había pasado durante la noche en el pueblo y en los alrededores.
Sonrío, cojo el pan y me alejo de la tienda.

Oigo aplausos y gritos a lo lejos.
Están llegando los primeros corredores.
El tiempo ha pasado rápido.

Todavía queda bastante para que llegue Alberto, para que me cuente cómo ha ido todo, para ver su cara de felicidad al acercarse y el brillo de sus ojos cuando oye mi voz y me distingue entre la gente.

En el momento de cruzar la meta mirará al cielo y señalará con el dedo como acostumbra desde hace dos años.

Y sonreirá y yo me emocionaré exactamente igual que la primera vez que lo vi hacerlo.
Repican las campanas de la Iglesia.

Sigo el sonido de los aplausos. Han cambiado el final del recorrido. El último tramo lo hacen por el río. Es un final brillante para quién la está viendo y desconcertante para los corredores que no se lo esperan. Una vez en el río disfrutan de esos últimos metros a pesar de que el cansancio hace que levantar los pies sea una empresa difícil. Intentan resistir la tentación de tirarse y dejarse arrastras por la corriente. El frío les impide hacerlo. La corriente tampoco es fuerte. Sonríen, agradecen los aplausos, bromean, alguno incluso se tira al río cuando alguien le dice que lo haga. Se arrepiente en cuanto su cara toca el agua. Se hacen largos esos últimos metros a pesar de estar a punto de terminar.

Quizás por eso se hacen tan largos.

Varios niños esperan a que su padre o su madre les den la mano para cruzar con ellos la meta. Hay orgullo en sus miradas y un deje de nostalgia en la mía de espectadora.



A lo lejos veo a Alberto.

Aplaudo fuerte, le grito que ya está. Me da un beso en cuanto sale del agua. A continuación, él termina la carrera y yo voy a su encuentro.

Y es ahí, cuando volvemos a estar juntos otra vez y nos abrazamos, en ese preciso instante, es cuando me doy cuenta de que no hay una mejor manera de decir “Te quiero”.

lunes, 5 de febrero de 2018

HACIA EL FIN DEL MUNDO. "EL FARO" DE PERNANDO GAZTELU


TITULO: EL FARO  

AUTOR: PERNANDO GAZTELU 

GÉNERO: NOVELA NEGRA/SUSPENSE

SINOPSIS:

Atilio huye de la organización. Les ha engañado. Sabe que le perseguirán hasta el fin del mundo, si es necesario. Giovani, su amigo, también corre peligro. Planean escabullirse a través de una ruta difícil de rastrear. Cruzarán el atlántico y recorrerán América, un territorio salvaje y lleno de obstáculos. El viento de Patagonia hará trizas el mundo en el que creían.


Las miserias humanas de los habitantes del cono sur se confundirán con la necesidad de paz que llevan consigo Atilio y Giovanni. Cada uno a su manera irá descubriendo sentimientos desconocidos hasta entonces. El miedo, la pena, el odio, incluso el amor, harán mella en ellos. En toda huida hay una transformación y en algunas se convierte en un salto al vacío.



OPINIÓN PERSONAL:

Cuando comencé este libro era de noche, momento habitual y escenario ideal de mis lecturas. 

Intentando evitar la tentación del sueño, me senté a leer tras un día vertiginoso.

En cuanto lo abrí, me vi atraída por unas letras que me invitaban a realizar un largo viaje de cientos, miles de kilómetros, por mar, por tierra, por la vida…

Un viaje a través de los miedos, de la intriga, con la incertidumbre como compañera.
Al otro lado del mundo.
A la Cara B de mi existencia.


Sucumbí a la invitación de la aventura y me alejé de Morfeo.

Así he leído la mayor parte, entre momentos insomnes que me alejaban de la realidad o tal vez me llevaban a ella.

Una madrugada me desperté con una sensación extraña, sobresaltada, sin recuerdo de los avatares del subconsciente, de aquello acontecido en otra dimensión..

Me levanté de la cama y, ávida de emociones, me zambullí en un océano descrito envuelta en una manta que suavizaba el frío de mi cuerpo.

El autor combina diferentes voces narrativas. Utiliza la primera y la tercera persona. Cuenta la historia a través de los personajes, entremezclando sus voces. Haciendo que cada uno nos cuente su pasado, su sentir, incluso desde el punto de vista de cada uno en cuanto a un mismo acontecimiento y de manera paralela. Cada voz, cada personaje está muy bien definido y se sabe quién está hablando en todo momento. Narrada en presente principalmente, relata algunas partes de la novela en formato Diario. Es un recurso que funciona muy bien, da ritmo y atrae al lector.


Por alguna razón que quizás carezca de sentido tuve la necesidad de dar voz a esos párrafos.
Sin levantar demasiado la voz.

En un susurro apenas audible.

Es una novela que se lee de manera rápida. Es ágil, y tiene ritmo.
No había tiempo de parar, de reflexionar.


Quería avanzar con los personajes, vivir sus aventuras, descubrir sus secretos y sus pasiones. Ser cómplice de su vida.

El autor sugiere, lleva al lector por un camino que previamente ha diseñado. Le tiende la mano y éste se deja guiar, confía. Se lanza al vacío y se impregna de una sensación de libertad no siendo libre, temiendo ser vigilado, sospechando de todo y de todos.

Dibuja entre palabras esos amaneceres plasmados en un lienzo. Esos colores ocres, rojos, negros, amarillos.
Y sientes esa desesperanza.
Esa misma esperanza.
Un viaje.
Su viaje.
El mío.
El del miedo a la vida.
El del respeto a la muerte.
Con un plan, sin un plan. Cada paso sigue su propio plan.

A Pernando Gaztelu le conocí en un Taller de escritura creativa. Compañero de batallas literarias, de críticas y correcciones, ideas peregrinas, meta-literatura, emociones y sentimientos.
Hemos compartido horas de aprendizaje, escribiendo, escuchando, absorbiendo momentos y mejorando en cada letra escrita.


En la presentación, el autor comentó que no conoce ese faro, y que la idea del libro surgió a raíz de un viaje que hizo a Argentina. Durante el mismo conoció a dos franceses que le contaron su historia. Ellos viajaban y escribían sus sensaciones por internet. Eso le llevó a darse cuenta de que cada uno tiene una vez en la vida esa aventura, ese viaje de cosas locas, sin pensar, únicamente viviendo. Ese fue el origen de la novela. Comentó que había disfrutado de esa travesía narrativa.

Entonces yo me quedé pensativa un segundo intentando rememorar mi viaje y llegué a la conclusión de que es uno de los pendientes en mi camino. Puede que no sea así, quizás necesite repetirlo y por eso no lo recuerdo.

El Faro está escrito de forma sencilla, sin recrearse en descripciones complicadas o excesivamente retóricas, contando lo imprescindible, dejando que el lector intuya, entienda y averigüe en el momento justo. Y deja que disfrute, que se sorprenda a la par que él intenta sorprender.

En ocasiones deja la duda, otras, sin embargo, resuelve un enigma que a lo mejor ni los personajes saben que existe.

Me dejé acunar por el sonido del mar, por los susurros del viento, por la velocidad y el paisaje que se alejaba raudo por la carretera.

Aquella noche extraña pasó de manera rápida, sin ser consciente de que la luz  luz comenzaba a colarse por las rendijas de la persiana.Y no fui consciente porque no estaba allí. Estaba a miles de kilómetros de distancia.
Al otro lado del charco.
En otra compañía.

Tal vez conmigo misma.

Deseé adelantarme a lo ocurrido, a los plasmado en las páginas, imaginarme lo no dicho, crear mi propio argumento deseando que coincidiera con lo que iba a suceder a continuación. Sin embargo, el escritor es hábil, sabe guiar con sutileza y el lector, confiado, lo sigue, sin percatarse de que su destino es el marcado por la tinta y sus emociones las que no han sido narradas.

Veía a través de sus ojos, pero miraba con los míos.

La tarde de la presentación, entre risas, confidencias y aportes literarios conocimos un poquito más a Pernando, escritor natural de Argentina que lleva más de dieciséis años en España.


Comentó, con cierta melancolía en la voz que le cuesta escribir en argentino. Intenta escribir con tono neutro, aunque cada vez trata más de recuperar el argentino. En la novela hay partes escritas en su lengua natal. Lo requerían los personajes y él quiso que fuera así.

Mantiene la atención con ritmo, con la fuerza que imprime a alguno de sus párrafos.

“¿No es injusta la vida? “uno elige su destino y a la vez el de los que le rodean”
“El Faro. Pernando Gaztelu”

Cuando leí esta frase recuerdo que no me paré a pensar si la vida era injusta o no. En aquel momento me pregunté si estaba eligiendo yo mi destino o formaba parte, por el contrario, de un daño colateral de la vida de otra persona. Durante unos segundos sentí vértigo al imaginar que tal vez no estaba siguiendo mis pasos sino las huellas de unas pisadas más profundas.

Dejé de lado mis reflexiones y continué con la lectura.

Y llegué al fin del mundo.

Es su primera novela, una novela que le costó escribir unos seis meses aproximadamente. Como él mismo explicó:

“Tenía la idea pero no terminaba de salir la historia, pero en cuanto empecé fue fluyendo sola”.


Anteriormente había publicado un libro de relatos cortos así que el paso del relato a la novela suponía un gran reto que él ha superado satisfactoriamente.


En varias ocasiones le he escuchado decir que no es poeta, pero que sin embargo hay momentos en los que necesita escribir poesía ya que se desahoga a través de los versos.

Antes de pasar la última página. Antes de leer la última palabra, fui consciente de que cada situación tiene su tiempo y cada tiempo su instante.

Hay que pararse un segundo y vivir, sin mirar hacia otro lado, sin pensar en el mañana y sin volver al ayer.

Dejarse llevar por esa locura que llevamos dentro y atreverse a dar un triple salto mortal sin red.

La mayoría de las veces la red está ahí y no la vemos.

“La vida es muy corta y creo que he pasado demasiado tiempo parado a un lado de las vías del ferrocarril viendo pasar trenes”

“El Faro. Pernando Gaztelu”