jueves, 15 de noviembre de 2018

MEDIO SIGLO DE VIDA... Y YO A TU LADO



El día que cumplí veinte años me regalaste una tarjeta de cumpleaños con dedicatoria en la que decía:
“Con el corazón en la mano te digo sencillamente: ¡Que vivas muchísimos años y que tu felicidad aumente!”

Y tu añadiste:
“Y con el corazón en la mano, te deseo que tus próximos veinte años sean un poquito más felices que los anteriores y yo forme parte de ellos.”

Han pasado casi treinta años desde entonces y hoy, día en el que cumples cincuenta años, no he podido evitar acordarme.

He buscado aquella postal y he sonreído cuando la he encontrado. Formamos parte el uno del otro desde entonces, desde antes de esa postal, de ese día, de aquel cumpleaños.

Disfrutando, riendo, celebrando los pequeños momentos y apoyándonos en los malos, guiando cada uno los pasos del otro para seguir adelante siempre, aún cuando el camino sea demasiado escarpado.





Cincuenta años, medio siglo de vida, toda una vida.

Cuántas cosas pueden llegar a pasar en cincuenta años.

Cuánto instantes, cuántas alegrías, cuántas historias que contar.

Los sentimientos siguen siendo los mismos y la ilusión de recibir una tarjeta postal de vez en cuando también, aunque ahora nos mandamos mensajes al móvil con caritas con corazones en los ojos.

Como adolescentes.

Me gusta esa sensación de que el tiempo no ha pasado, de que sigue en nuestro interior esa capacidad de seguir siendo niños, de mantener esa juventud que las velas de la tarta y las arrugas en nuestro rostro contradicen.

Son bellas esas arrugas que llevan detrás tantas vivencias. Esas que reflejan que seguimos ahí, impertérritos a las inclemencias del tiempo y que han vivido cientos de primaveras y han acariciado las hojas amarillentas del otoño. Las mismas que han visto el cielo gris en numerosas ocasiones.

Como diría Lourdes, son adorables esas arruguitas en los ojos cuando sonríes.

Recuerdo aquellos días en los que me asomaba al balcón para verte pasar cada mediodía camino de casa después del trabajo o cada noche, dependiendo del turno. Al principio no lo sabías, luego ya sí y me saludabas. Pasabas por la iglesia que había frente a mi ventana. Ella fue testigo mudo de aquellos pequeños instantes que hacían que el día fuera mejor.

Recuerdo también a mi madre llamándome desde la cocina para que fuera a comer y yo buscaba cualquier excusa para justificar que estuviera en el balcón.

Después dejé de asomarme y comencé a bajar a la calle para encontrarme contigo. Y luego ya no nos separamos.

Me gusta pensar en aquellos años, en los que vinieron después, incluso en los que vendrán a partir de ahora. A veces tengo la sensación de que el tiempo ha pasado tan deprisa que apenas nos ha dado tiempo de degustarlo, de vivirlo con intensidad.

Pero todo está almacenado en la efemérides de nuestra memoria, esa que guarda todo, lo bueno y lo malo.

Cuesta pensar en la gente que se ha ido y que con la que hoy te gustaría celebrar esta fecha especial, ese número especial.

Yo sé que hoy vas a celebrarlo con Arturo, sé que vas a ir al Monte Sayoa para sentirte un poquito más cerca de él, para imaginar que puedes tocar el cielo, porque cada vez que vas al monte, sientes su aliento y te confortan sus palabras convertidas en susurros que lleva el viento.

Durante el ratito que estés allí arriba, en la cima, le contarás todo lo que ha pasado desde la última noche que pasasteis juntos.
Sé que le dirás que no has vuelto a ver el Ministerio del Tiempo porque aquel capítulo se mantiene intacto en tu mente y no quieres que se mezcle con otras sensaciones, que se distorsione aquella conversación que mantuvisteis. Y después te irás, sin despedirte, porque las despedidas son tristes y hoy no es un día para estar triste.

Cincuenta años es mucho tiempo para resumirlo en unas pocas letras.

Y demasiado poco, todavía quedan muchos años por escribir.

Cincuenta velas que dentro de otros cincuenta nos parecerán una nimiedad.

Hoy es un día especial, cada día que pasamos juntos lo es y cada vez que miro a Lourdes, nuestra vida se engrandece porque ella representa lo mejor de los dos.

En definitiva, de pequeños momentos salen grandes instantes.

Y cuando los sueños no se cumplen hay que perseguirlos. Tu soñaste los míos y mi mejor sueño es pasar cada día a tu lado.

Ya no necesito asomarme al balcón para verte pasar.

Cada mañana al despertar, te miro para recordarte durante todo el día, para tener la certeza de que siempre vas a estar ahí.

Porque quizá es cierto que no sé escribir poemas de amor pero tengo claro que mi poema más bello siempre serás tú.

No, yo no sé escribir poemas de amor
prefiero soñar contigo
sabiendo que al despertar
estarás siempre a mi lado.
No sé escribir poemas de amor / Arantxa Murugarren.

Tú inspiraste estos versos y ahí seguirán inmortales cuando ya no estemos, recordando todos los años que nos quedan por celebrar.

¡FELIZ CUMPLEAÑOS, ALBERTO!

miércoles, 14 de noviembre de 2018

DIÁLOGOS ANIMADOS CON PERSONAS MUERTAS. IGNACIO LLORET.



TITULO: DIÁLOGOS ANIMADOS CON PERSONAS MUERTAS

AUTOR: IGNACIO LLORET

GÉNERO: RELATO.




SINOPSIS:

En esta decena de relatos escritos con el tono y el ritmo trepidante de una conversación, 10 personas nos cuentan qué supone para ellas haber fallecido, mientras recuerdan algunos episodios de su vida.
En todos esos testimonios, lo que en principio parece una reflexión sobre la muerte acaba siendo una historia sentimental. Y es que, como nos demuestran los propios narradores, el tema preferido de los muertos es el amor.

Siempre bajo la premisa estética de la búsqueda de nuevas formas de expresión en el lenguaje y en la estructura, la última obra de Ignacio Lloret aborda un asunto tan esencial como el anhelo de plenitud en los confines de una existencia digna.



OPINIÓN PERSONAL:

Desde que terminé Diálogos animados con personas muertas, estoy sumida en una sequía lectora a la que no encuentro explicación, salvo el deseo de mantener intactas las sensaciones que este libro me produjo. En un intento por no solaparlas y evitar que se difuminen en la mente con otros personajes, otras vidas, otra forma de narrar diferente.

Me resisto a olvidar esos sentimientos, ese amor intrínseco, esos nombres que tal vez podrían haber sido otros. De cualquier forma, sus vivencias no cambiarían y mi manera de mirarlas, de sentirlas, tampoco.

Compré el libro a finales de septiembre. Era sábado. Creo que aquel día comenzaba el otoño, o tal vez terminaba el verano. No lo recuerdo bien. Hacía buena temperatura, así que me acerqué caminando a la librería. Me costó encontrarlo. Lo tenía delante y, sin embargo, no reparé en él a primera vista. Como en la vida, uno no siempre  se fija en lo que tiene delante.

He leído casi todos los libros de Ignacio Lloret y, cada vez que he comprado uno, lo he comenzado a leer nada más salir de la librería, sin esperar a llegar a casa. Esta vez ni siquiera esperé a salir de allí. En cuanto lo tuve en las manos, lo abrí y comencé a ojearlo. Pensé que, si en ese momento me hubiera encontrado con Ignacio, él me habría dicho que lo leyera con calma, despacio. Siempre me lo dice y yo casi nunca le hago caso. Por lo menos en la primera lectura.

Me acerqué a una plaza que había cerca y me senté en un banco. Abrí de nuevo el libro y empecé a leer uno de los relatos. No el primero, sino el que sentí que iba a gustarme más. Y en contra de mi avidez lectora, lo leí tranquilamente, disfrutando de  esa poesía implícita entre las páginas tan característica de este autor.

Sabía que el libro me iba a gustar, pero además me sorprendió. Ignacio Lloret tiene la capacidad de sorprender siempre, de ir más allá, de ponerse el listón más alto y superarlo. Y aunque cambie de registro, ese tono poético en sus escritos, el que define su estilo, se mantiene intacto.

Me costó poco leerlo, no porque lo leyera deprisa, sino porque la forma de narrar que ha utilizado el escritor esta vez, estructurados los textos como un diálogo entre dos personas, agiliza mucho la lectura.

Diferentes personajes, diferentes lugares, culturas. Unas historias establecidas desde prismas distintos, pero con la misma mirada, la de la muerte. Todos los personajes están muertos. Nos traslada a ciudades de todo el mundo. A paisajes bellos. Y el lector los siente, y entiende a los personajes e incluso se puede llegar a identificar con ellos y anhelar esa forma de amar tan intensa.

Hablan de su experiencia en la vida.

La cuentan a través del autor, interlocutor que se sitúa en un segundo plano dejando a los personajes que digan lo que quieran, que lleven el peso de la narración, consiguiendo de esta forma emocionar al lector, captar su atención de principio a fin. En ocasiones interrumpe esos monólogos con una pregunta corta, con una apreciación acerca del entorno o de los gestos que hace quien habla en ese momento.

Hablan sobre todo del amor. Siempre el amor. Diez magníficas historias de amor que envuelven la profundidad de las palabras escritas, abarcando temas tan importantes como la guerra, la religión, el amor fuera del matrimonio, temas que acompañan a ese amor concebido en todas sus formas.

El amor es la razón para seguir adelante en unos casos, para romper el hastío en otros, para terminar con todo en última instancia.

Historias muy verosímiles, que el lector puede llegar a sentir cercanas.


La manera de terminar cada relato es maravillosa. Es algo a lo que Ignacio da mucha importancia. Cuida mucho los detalles y acaba los capítulos de cuanto escribe de manera sutil buscando ese final perfecto, brillante.

En los talleres de creación literaria que imparte incide de manera especial en ello.

Es un libro que deja buenas sensaciones, diferentes dependiendo del texto que se haya leído en último lugar. Alguno lo terminé con una sonrisa en los labios, otros con la emoción en los ojos. Y en todos me quedó un deje de melancolía, de nostalgia.

A veces, en algunos libros, suelo dejar una flor seca, y la coloco en el capítulo que más me ha gustado, el que más me ha llegado.
Una flor que encierra una historia.

Al terminar Diálogos animados con personas muertas, justo antes de depositar una orquídea en el último relato, el de Jaime Lloret, padre del autor, me sentí cómplice de esos amores mortales inmortalizados tan delicadamente por la pluma del autor.

Aquel día en la plaza, al terminar la lectura, pensé que ése podría haber sido el escenario de alguno de los relatos. Me pregunté en ese momento si alguien me buscaría cuando hubiera muerto para que le contara cómo había sido mi vida. Me pregunté si yo también le hablaría de amor.
Sentí un escalofrío al pensar en mí de esa manera.
Muerta.

Entonces cerré el libro y me fui a casa sabiendo que iba a releer cada una de esas historias antes incluso de haberlas leído.


Unos días después de terminar el libro tuve ocasión de hablar con Ignacio a la salida de una de sus clases.
Llevaba el libro para que me lo dedicara.
Al cogerlo, me preguntó qué me había parecido.
Y, después de contestarle, yo quise saber cómo había surgido la idea de este libro, que me hablara del proceso creativo

            En primavera de 2016, después de leer Voces de Chernóbil, de Svetlana Alexiévich, se me ocurrió escribir un libro de relatos con una estructura parecida, es decir, con un formato de entrevista. Por una parte, elegí ese recipiente, esa manera distinta de narrar. Por otra, decidí que lo aprovecharía para conversar con una serie de personas fallecidas, para preguntarles qué suponía para ellas el hecho de haber muerto.


Mientras hablaba no pude evitar fijarme en sus gestos, en su entusiasmo al hablar del libro, en la expresión de sus ojos.
Y le pedí que me contara alguna curiosidad, algo que le hubiera ocurrido mientras lo escribía.

            Es cierto lo que sugieres. Durante la escritura de un libro se producen hallazgos. Descubrimientos relacionados con su contenido o con su forma. Es decir, en la exploración que supone la elaboración de una obra literaria, el escritor debe estar atento a todo lo que va ocurriendo. En cuanto a Diálogos animados con personas muertas, me sucedió que yo quería escuchar de los personajes una serie de conclusiones o reflexiones sobre la muerte, pero ellos estaban más interesados en hablar de amor. A medida que les interrogaba, comprendí que lo que deseaban de verdad era contarme sus experiencias sentimentales. Me alegro mucho de que haya sido así.


Sonreí y quise saber más, que me dijera qué relato había sido el que más le había costado escribir.
           
            El de mi padre. Por un motivo evidente. Quería ser respetuoso con él y con otros parientes cercanos que también aparecen en ese texto. Como ya nos advirtió Hermann Hesse, el autor suele anteponer la estética a la moral. Ése es un riesgo constante cuando se escribe sobre una persona real a partir de datos verídicos. Por fortuna, casi todos los relatos del libro están protagonizados por personajes inventados o basados en individuos que conocí de modo muy fugaz, así que en general no ha hecho falta considerar ese aspecto ético.


Desde el principio me llamó la atención que escogiera un título tan directo y no uno quizá más poético o sugerente. Y, aunque en cierto modo sabía por qué lo había escogido, preferí escuchárselo decir a él.

            Tú misma lo has dicho. Quería un título directo, que no recurriese a ningún eufemismo en relación con la condición de los personajes. Me sonó bien desde el principio, fácil de pronunciar a pesar de ser bastante largo, y no he querido cambiarlo. Su formulación paradójica, irónica, es decir, la contraposición entre lo animado y lo muerto, me pareció muy apropiada para el contenido del libro. Creo que aligera y equilibra cualquier lastre dramático que pueda tener. Sí, es el mejor título posible para este conjunto de relatos.


Antes de despedirnos, me devolvió el libro firmado y yo lo guardé en el bolso para leer la dedicatoria en casa, cuando él ya no estuviera delante.




Esa foto me tranquiliza de algún modo. Sí, porque me veo allí, inmóvil y con los brazos abiertos, boca arriba y con los ojos cerrados, y me calma saber que ya estuve muerto una primera vez. Antes de ahora. Antes de morir de verdad. Me veo en medio del monte, rodeado de mis amigos, sin vida igual que ellos, y siento algo parecido a la serenidad. Pienso que ninguno de nosotros estaba antes. Antes de nacer. Que cuando ya no quede ninguno de nosotros, será en el fondo como regresar a entonces. A lo normal, a lo de siempre, a lo que hubo y habrá durante milenios, a lo que sucederá en el futuro. Y eso es un consuelo para mí. Es algo que me permite aceptar la muerte, verla de una manera menos trágica. No feliz, pero sí natural como el ciclo de las estaciones.


Diálogos animados con personas muertas / Ignacio Lloret


sábado, 10 de noviembre de 2018

"MOMENTOS". ESOS GRANDES INSTANTES DE LA VIDA.


PRIMER PREMIO DEL IV CERTAMEN LITERARIO DE HAIKUS "CHIYO-NI".  

Hay días en los que entre las nubes oscuras se abre un claro y desde ahí el sol brilla con fuerza dando luz a la oscuridad.

Esos días, una buena noticia hace que todo se vea desde un prisma diferente.




A veces la buscamos, pero no la encontramos y entre los momentos malos hallamos ese rayo de luz que nos impulsa a seguir adelante y a encontrar la parte positiva de una situación no demasiado agradable.




Otras, en cambio, nos encontramos con sorpresas inesperadas que precisamente por eso, por ser inesperadas, nos alegran mucho más.

Hace un tiempo me presenté a un Certamen de Haikus organizado por «Letras como Espada». Me he presentado otras veces a sus certámenes de microrrelatos y de poemas. 

En una ocasión uno de mis poemas recibió una mención especial.

Aquella vez me decanté por el de Haikus.

No era la primera vez que participaba en un concurso de Haikus. Unos meses antes había resultado finalista en el II Concurso de Haikus "Entre sílabas anda el juego", organizado por “Diversidad Literaria”. 

El haiku es un género poético de origen japonés. Los haikus se escriben, según la tradición, en tres versos sin rima, de 5,7 y 5 sílabas, respectivamente. Suelen hacer referencia a escenas de la naturaleza o de la vida cotidiana.

Hace unas semanas recibí un e-mail en el que aparecían las personas cuyos Haikus habían sido seleccionados para la Antología que Letras como Espada suele editar después de cada certamen. De ahí saldría el ganador.

A los días recibí otro mensaje en el que se indicaba el ganador pero yo no lo leí bien y estuve varios minutos buscando el listado en que saliera el ganador hasta que me di cuenta de que en el asunto ponía: Ganadora del IV Certamen Literario de Haikus “Chiyo-ni”.

Me costó reaccionar. Leí el mensaje varias veces e incluso fui a la página de los resultados de los concursos para cerciorarme.

Y al final me lo creí. Y me emocioné. Y se lo conté a mi marido. Y quise ser cauta y no disparar mi alegría, pero hay momentos en los que la razón no escucha.

Momentos en los que no se escucha a la razón.

Y sobre todo, hay instantes que hay que disfrutar.

Este fue uno de ellos. Sigo disfrutando de ese instante.






MOMENTOS




El mar en calma
después de la tormenta
previo a la luna




En mi recuerdo
una bella flor de jazmín
enamorada



Aroma a lirios,
se deshiela la vida
en primavera

      


Entre cipreses
tras los muros del tiempo
vive la calma



Tras la galerna,
junto a la orilla, queda
toda una vida




En el silencio
de la noche, cautivo
canta un jilguero 


Arantxa Murugarren Arenillas.
Primer premio IV Certamen literario de Haikus “Chiyo-ni”
Entidad organizadora: Letras como Espada.






VIDA



Bajo la luna
acariciando sueños
dormita el día

Arantxa Murugarren Arenillas
Finalista II Concurso de Haikus
 "Entre sílabas anda el juego"
Diversidad Literaria.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

OPINIÓN DE: «DEJE SU MENSAJE DESPUÉS DE LA SEÑAL». ARANTZA PORTABALES


TITULO: DEJE SU MENSAJE DESPUÉS DE LA SEÑAL

AUTOR: ARANTZA PORTABALES

GÉNERO: NARRATIVA

SINOPSIS: 


Incapaces de enfrentarse a sus secretos, a la soledad y a los hombres con los que desearían hablar, las cuatro protagonistas de esta novela coral prefieren dejar sus confesiones en el contestador automático.

Marina es abogada especializada en divorcios y desafía el abandono de su marido; Carmela está enferma de cáncer y necesita despedirse de su hijo; Sara es una joven de buena familia a la que la presión de su boda inminente ha llevado al borde del suicidio y a una dudosa terapia psicológica, y Viviana es prostituta en Madrid, aunque su familia cree que trabaja en Ikea.

Mensaje a mensaje, sus vidas se van dibujando y ese mismo contestador que recibe sus confidencias, trenzará sus historias revelando el enorme poder liberador de la palabra. Mensaje a mensaje, el lector avanza queriendo conocer el final y también descubriéndose a sí mismo con igual voracidad.




OPINIÓN PERSONAL


Comencé a leer  Deje su mensaje después de la señal porque salió elegido para la lectura conjunta de un grupo de Facebook y porque además me daría la oportunidad de superar un reto de otro grupo en el que había que leer un libro cuya autora se llamara igual que yo.

Siempre he pensado que hay un momento para cada cosa, también para cada libro. Creo que este era el momento para esta lectura y no solo porque comenzara a hacerlo para superar un reto.

Me alegro de que saliera este libro, de que la autora se llamase como yo, me alegro de haber dejado el hastío literario en el que estaba sumida para participar en esta lectura conjunta y volver a disfrutar de esas tardes literarias a finales de mes en las que nos reunimos y charlamos. Esas tardes en las que las letras traspasan fronteras y la distancia es un mero trámite. Esas tardes en las que la amistad y el amor por los libros está por encima de cualquier cosa.

Y sobre todo me alegro porque de otra forma me habría perdido una historia preciosa, llena de sentimiento que me ha emocionado, que ha hecho que afloraran recuerdos que tenía adormilados en la memoria y que me ha removido por dentro bastante más de lo que yo pensaba.

Me habría perdido esa charla con la autora que se prestó a departir con nosotros los entresijos de su novela y escuchar nuestras impresiones.

Me habría perdido muchas cosas.

Demasiadas.

Lo leí en tres días. Lo empecé una tarde de domingo, una de esas tardes en las que no hay mejor compañía que una taza de té, un sofá cómodo y una buena lectura para relajarse del ajetreo de toda la semana.

Antes de que el ajetreo comience de nuevo.

Captó mi atención desde el principio gracias al formato elegido por la escritora. Concebido cada capítulo como un mensaje corto semejante a los que se dejan en un contestador. Son concisos. Condensan historias, momentos, pasajes de cada una de las vidas. Van intercalados.

En la lectura conjunta se le preguntó a la autora por el proceso creativo y ella comentó que había surgido de manera natural. Hizo primero un esquema de cada personaje principal. A continuación, escribió los cuatro primeros capítulos de cada una, sabiendo que habría 30 llamadas por personaje y finalmente empezó una a una siguiendo un orden ya que cada historia condicionaba las siguientes.

A mí no me gusta dejar mensajes.  Me siento incómoda sabiendo que estoy siendo grabada. Me atasco y soy torpe con las palabras, con la entonación. Nunca sé que decir. No me gustan los contestadores. Por eso escribo, porque es más fácil transcribir los pensamientos ya que aunque se agolpen en la mente y salgan a borbotones y en desorden, luego se pueden ordenar y expresar mejor. En ocasiones prefiero escribir aquello que siento y que no soy capaz de expresar en voz alta para a continuación guardarlo y que nadie lo lea.

Quizás me equivoco al hacerlo.

Las protagonistas de esta novela al contrario que yo, se sienten cómodas hablándole al contestador.  Saben que serán escuchadas en unos casos y que nadie lo hará en otros. Es su manera de desahogarse, de dejar constancia de algo que no se han atrevido a decir a su debido momento.

A veces es más fácil hablar cuando no se tiene delante a la persona a la que uno se dirige.

En este caso hay unos destinatarios establecidos. Unos personajes secundarios que cobran relevancia en la historia a pesar de que no ser escuchados. Los vamos conociendo a través de esas breves misivas.

Cada capítulo termina en una frase corta o una palabra. Una palabra que estremece, que impacta e incluso emociona.

Inesperada.

En unos casos es la conclusión a algo que había quedado en el aire. En otros, sin embargo, busca sorprender al lector, mantener su atención en todo momento.

Dice la autora que los personajes no son reales, aunque hay rasgos de personas que conoce o ha conocido.

Es fácil empatizar con esas cuatro mujeres. Cualquiera podríamos ser una de ellas, o todas a la vez, o ninguna.

Deseando ser quienes no son. Buscando la felicidad en otros ojos, en un intento por excusar su vida. Sus decisiones.

Siempre buscando.

En otro lugar.

Y lo imaginan. Y se imaginan. Y se reinventan. Y resurgen de sus cenizas como el Ave Fénix.

Y viven. Con intensidad, con nostalgia.

Cuatro mujeres, cuatro.

Marina, Carmela, Sara, Viviana.

Luchadoras, resignadas, confusas, queriendo seguir adelante.

Sabiendo que el tiempo se acaba.

Queriendo en unos casos que se acabe.

Desafiando al tiempo y buscando un clavo ardiendo al que agarrarse con tal de que no llegue el final.

Deseando que hubiera sido distinto el camino, su vida, su trayectoria.

Historias diferentes, conectadas entre sí. Entrelazadas unas con otras. Personas que se encuentran, que tal vez estaban destinadas encontrarse, a apoyarse, a caminar juntas, incluso a llorar y a consolarse juntas. No todas a la vez ni en el mismo momento.

A lo largo de esos meses, al margen de esas conversaciones unilaterales aprenden lo importante que es disfrutar de esas pequeñas porciones de felicidad que brinda la vida y hacerlo sin remordimientos. Dejarse llevar de vez en cuando.

Como dice Carmela, todo sucede por algo.

Hace ya tiempo que yo llegué a esa conclusión.

Tanto lo bueno como aquello que no lo es tanto. A menudo las cosas buenas surgen de momentos malos. Siempre hay un instante que rescatamos y se convierte en punto clave para seguir adelante.

«Y así, las fronteras de la felicidad y de la tristeza se mezclan sin control, provocando un extraño sentimiento que he bautizado como "tristicidad"»

Arantza Portabales / Deje su mensaje después de la señal.

La novela está muy bien narrada. Tiene ritmo y es fácil para el lector involucrarse en las historias, hacerlas suyas.

Hay pasajes muy bellos, escritos con un lenguaje sencillo. Arantza Portabales ha sabido hilar fino y plasmar con delicadeza momentos duros, tristes e incluso arrancar una sonrisa en esos instantes.

«Pero si al mirar tu muñeca piensas en Alicia, llamala. Llámala, porque, si no, te morirás un día mientras sueñas que estás con ella sentado en un banco. Y eso será lo más cerca que estés de la felicidad.»
                                               
Arantza Portabales / Deje su mensaje después de la señal.

Contó Arantza, que en su próximo libro va a cambiar totalmente de registro ya que se está escribiendo una novela negra que espero que no tarde en salir a la luz ya que tengo ganas de leer más a esta autora.

Los últimos capítulos los leí en voz alta. Notaba la emoción en mi voz, un nudo en mi garganta. Me costaba seguir pero no quería dejarlo. Quería terminar, saber como acababa y sin embargo me daba pena hacerlo.

Al llegar al final me detuve antes de leer el último párrafo y pensé que quizá algún día dejaría un mensaje después de la señal del contestador de mi propio teléfono para que alguien lo escuchara cuando yo ya no esté.

«Y, por último sí que me compensa estar aquí. Enseñar a los niños canciones en nuestro idioma. Pintar con mil lápices de colores mi futuro. Un futuro que, por vez primera, no parece dibujarse en blanco y negro. Se tiñe del naranja del atardecer en el desierto.»

Arantza Portabales / Deje su mensaje después de la señal.