El día
que cumplí veinte años me regalaste una tarjeta de cumpleaños con dedicatoria en
la que decía:
“Con el corazón en la mano te digo sencillamente: ¡Que vivas muchísimos años y que tu felicidad aumente!”
“Con el corazón en la mano te digo sencillamente: ¡Que vivas muchísimos años y que tu felicidad aumente!”
Y tu añadiste:
“Y con
el corazón en la mano, te deseo que tus próximos veinte años sean un poquito
más felices que los anteriores y yo forme parte de ellos.”
Han
pasado casi treinta años desde entonces y hoy, día en el que cumples cincuenta
años, no he podido evitar acordarme.
He
buscado aquella postal y he sonreído cuando la he encontrado. Formamos parte el
uno del otro desde entonces, desde antes de esa postal, de ese día, de aquel
cumpleaños.
Disfrutando,
riendo, celebrando los pequeños momentos y apoyándonos en los malos, guiando
cada uno los pasos del otro para seguir adelante siempre, aún cuando el camino
sea demasiado escarpado.
Cincuenta años, medio siglo de vida, toda una vida.
Cuántas
cosas pueden llegar a pasar en cincuenta años.
Cuánto
instantes, cuántas alegrías, cuántas historias que contar.
Los
sentimientos siguen siendo los mismos y la ilusión de recibir una tarjeta
postal de vez en cuando también, aunque ahora nos mandamos mensajes al móvil
con caritas con corazones en los ojos.
Como
adolescentes.
Me
gusta esa sensación de que el tiempo no ha pasado, de que sigue en nuestro
interior esa capacidad de seguir siendo niños, de mantener esa juventud que las
velas de la tarta y las arrugas en nuestro rostro contradicen.
Son
bellas esas arrugas que llevan detrás tantas vivencias. Esas que reflejan que
seguimos ahí, impertérritos a las inclemencias del tiempo y que han vivido cientos
de primaveras y han acariciado las hojas amarillentas del otoño. Las mismas que
han visto el cielo gris en numerosas ocasiones.
Como diría Lourdes, son adorables esas arruguitas en los ojos cuando sonríes.
Recuerdo
aquellos días en los que me asomaba al balcón para verte pasar cada mediodía
camino de casa después del trabajo o cada noche, dependiendo
del turno. Al principio no lo sabías, luego ya sí y me saludabas. Pasabas por
la iglesia que había frente a mi ventana. Ella fue testigo mudo de aquellos
pequeños instantes que hacían que el día fuera mejor.
Recuerdo
también a mi madre llamándome desde la cocina para que fuera a comer y yo
buscaba cualquier excusa para justificar que estuviera en el balcón.
Después
dejé de asomarme y comencé a bajar a la calle para encontrarme contigo. Y luego
ya no nos separamos.
Me
gusta pensar en aquellos años, en los que vinieron después, incluso en los que
vendrán a partir de ahora. A veces tengo la sensación de que el tiempo ha
pasado tan deprisa que apenas nos ha dado tiempo de degustarlo, de vivirlo
con intensidad.
Pero
todo está almacenado en la efemérides de nuestra memoria, esa que guarda todo,
lo bueno y lo malo.
Cuesta
pensar en la gente que se ha ido y que con la que hoy te gustaría celebrar esta
fecha especial, ese número especial.
Yo sé
que hoy vas a celebrarlo con Arturo, sé que vas a ir al Monte Sayoa para
sentirte un poquito más cerca de él, para imaginar que puedes tocar el cielo, porque cada vez que vas al monte, sientes su aliento y te confortan sus palabras convertidas en susurros que
lleva el viento.
Durante
el ratito que estés allí arriba, en la cima, le contarás todo lo que
ha pasado desde la última noche que pasasteis juntos.
Sé que
le dirás que no has vuelto a ver el Ministerio del Tiempo porque aquel capítulo
se mantiene intacto en tu mente y no quieres que se mezcle con otras sensaciones,
que se distorsione aquella conversación que mantuvisteis. Y después te irás,
sin despedirte, porque las despedidas son tristes y hoy no es un día para estar
triste.
Cincuenta
años es mucho tiempo para resumirlo en unas pocas letras.
Y demasiado poco, todavía quedan muchos años por escribir.
Cincuenta
velas que dentro de otros cincuenta nos parecerán una nimiedad.
Hoy es
un día especial, cada día que pasamos juntos lo es y cada vez que miro a
Lourdes, nuestra vida se engrandece porque ella representa lo mejor de los dos.
En
definitiva, de pequeños momentos salen grandes instantes.
Y
cuando los sueños no se cumplen hay que perseguirlos. Tu soñaste los míos y mi
mejor sueño es pasar cada día a tu lado.
Ya no
necesito asomarme al balcón para verte pasar.
Cada
mañana al despertar, te miro para recordarte durante todo el día, para tener la
certeza de que siempre vas a estar ahí.
Porque
quizá es cierto que no sé escribir poemas de amor pero tengo claro que mi poema
más bello siempre serás tú.
No, yo no sé escribir poemas
de amor
prefiero soñar contigo
sabiendo que al despertar
estarás siempre a mi lado.
No sé
escribir poemas de amor / Arantxa
Murugarren.
Tú
inspiraste estos versos y ahí seguirán inmortales cuando ya no estemos, recordando todos los años que nos quedan por celebrar.
¡FELIZ CUMPLEAÑOS, ALBERTO!