domingo, 26 de marzo de 2017

ELEGANCIA Y VERSOS. PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE POEMAS "LUCERNARIOS" DE JULIO GONZÁLEZ ALONSO.


Es temprano, el viento sopla con fuerza fuera y mueve las persianas. En casa hace frío, la calefacción todavía no se ha encendido y mis dedos se deslizan todavía con torpeza por el teclado.

Mi mente empieza a trabajar y recuerda con claridad los bonitos momentos pasados hace dos días en “El Bosquecillo”, emblemático bar del centro de Pamplona que recoge algunos de los eventos poéticos de la ciudad y que se ha convertido en punto de encuentro de poetas y amigos. La poesía une, hermana, lo hace el sonido de la voz, la belleza de los versos, la calidez de los encuentros.



La velada del viernes por la tarde fue hermosa, llena de sentimiento y cariño.

En esta ocasión, el motivo de la reunión fue la presentación del libro de poemas Lucernarios de Julio González Alonso. El poeta bilbaíno vino a compartir con nosotros unas horas y a deleitarnos con sus bellos poemas.

Yo no le conocía y fue un placer hacerlo, tanto a él como a su obra de la que nos habló con sencillez y cercanía.

El evento comenzó un poco más tarde de las siete y media. Teresa Ramos, impecable maestra de ceremonias hizo una magnífica introducción. Nos presentó al poeta. Habló de él. Lo definió como “activista poético” y “cervantino”. Las palabras fluían mientras nuestros oídos las recogían con apremio, con interés, no dejando escapar ninguna de ellas.


Dio paso a Pepa Agüera Sánchez, prologuista del libro y gran amiga de Julio. Le dedicó unas bonitas palabras que llevaba escritas, según ella, para no olvidar nada. Nos sacó una sonrisa.

Pepa nos habló del estilo depurado del poeta, del que dijo:

“Es un escritor como los de antes pero de ahora”.

Me encantó esa frase.
Quise saber más.
El resto también.

Apuntó que habitualmente se piensa que la poesía es minoritaria. Sin embargo, para ella es algo que conecta con todo.

-“Su poesía es exquisita”, -dijo. Me gustó esa palabra.

Más tarde, cuando él recitó alguno de los poemas, comprobé la certeza de las palabras de ella.

Dio paso a Julio. Un sonoro aplauso le recibió. Uno más de esos momentos mágicos y cercanos.
Sonriente, agradeció la asistencia, las palabras de Teresa y las de Pepa. Agradeció el cariño que percibía y nos instó a leer el prólogo. Sin él, el libro no sería tan bueno, comentó.

Nos aclaró que era un libro de poemas, no un poemario y nos contó que anteriormente sí había escrito un poemario: Testimonio de la desnudez, que había sido galardonado con el premio de poesía “treciembre” en 2015.

En su último libro recorre un abanico de temas. Según sus propias palabras, ha “pretendido que fuera entretenido”.
Lucernarios está dividido en cinco partes. Cada una es un aspecto de la vida.
Primera: “Más cerca de lo humano. Poemas que nos conectan con aspectos humanos, conflictos alrededor de lo cotidiano, con la muerte.
Segunda: “Confusiones”, Julio recoge las preguntas sobre las cosas que ocurren en la vida y que a menudo no tienen respuesta. Apunta su proximidad con la filosofía.
Tercera: “En horas de amor y desamor”. Aquí tienen cabida esos versos dedicados al amor y también al desamor, porque en la vida hay de todo y todo debe de ser contado.
Cuarta: “La luz de las ciudades”. En este capítulo describe a través de sus poemas cómo ve él diferentes ciudades, haciendo alusión también a sus habitantes.
Quinta: “Los designios”, donde recoge la poesía más clásica. Repasa mitos como “Teseo” y habla de Alejandría, El Imperio Romano…
Nos habló sobre el título del libro. Dijo que “alude al concepto de poesía”. Ha pretendido que sea una metáfora de las creaciones literarias. Quería que cada poema fuera como una ventana abierta a la luz para comprender las sombras.
En la vida hay luz y sombras, todas tienen importancia, todas deber de ser contadas.

Dijo una frase que me gustó mucho y me hizo reflexionar también:
“La mucha luz es como la mucha sombra, no deja ver”.




A continuación, declamó unos poemas.
Antes de hacerlo, se puso su sombrero.
-“Es un ritual”, comentó.

Elegante en el porte, en su manera de escribir y en su forma de declamar.

Preguntó cuánto tiempo le quedaba. Nadie quería hablar de tiempo. Hubiéramos estado escuchándole horas y nos habrían parecido minutos.





Tras su intervención, se dio paso al micrófono abierto.
Como siempre, la presentación de Mikel fue extraordinaria. Nos dedicó a cada poeta, en cada introducción unas palabras bonitas, cercanas.

Hizo alusión a los ventanales de “El Bosquecillo”: “Estos ventanales son ya sinónimo de poesía”.
Tenía razón. Esos ventanales se han convertido ya en parte nuestra, de nuestros poemas, de nuestra amistad, porque en definitiva la velada del viernes fue una reunión de amigos, unidos por el amor a la poesía.

Y uno a uno fuimos declamando nuestros poemas, desgranando nuestros versos. Dejamos allí un pedacito de nosotros. Y esos pedacitos formaron el todo que convirtió la velada en algo especial y diferente.

Como siempre.
Como nunca.

Julio escuchaba atento.

Cuando le tocó el turno a Teresa,  nos sorprendió cantando. Era un pequeño homenaje al autor bilbaíno, ya que según contó, cuando fue a Noches poéticas de Bilbao, los versos de la velada estuvieron acompañados de música. Fue un detalle muy bonito que él agradeció sinceramente.

Para terminar Julio recitó un poema más y nos agradeció la presencia y el cariño que le habíamos mostramos a lo largo de la tarde. Nosotros hicimos lo mismo en forma de aplauso.

Y como punto final, una foto, esa imagen que dejará constancia de esa velada, como no, con los ventanales a nuestra espalda.


domingo, 12 de marzo de 2017

ESE ULTIMO PASO ANTES DE CRUZAR LA META.


Los domingos me gusta despertarme sin que el despertador me marque el inicio del día. Me gusta hacerlo cuando los rayos de sol se cuelan por la ventana y acarician mi cara invitándome a abrir los ojos.

Sin embargo, no siempre es así. De hecho, casi nunca lo es. Alberto se levanta temprano. No suena el despertador, sino su móvil. Con una melodía suave. Él se levanta mientras yo me quedo en la cama un poco más.


Muchos días acusa el cansancio de la semana o se lamenta por el mal tiempo que hace. No obstante, casi nunca se deja vencer por la pereza. Ésta desaparece en cuanto sale de casa para ir al encuentro de un grupo de amigos con los que va a correr el último día de la semana. Forman un equipo: son los “Aupamendi del Norte” ya que también están los “Aupamendi del Sur”, compañeros de la localidad alicantina de Villena.

Son como los Mosqueteros. 

Siguiendo su mismo lema.

Están "todos para uno" esperando al que queda rezagado y "uno para todos" en lo alto de una cima animando a los que han quedado detrás. Siempre uno al lado del otro, acompañándose, dándose la mano en los terrenos más escarpados, animándose… Ríen, charlan, se olvidan del esfuerzo que están haciendo y los km pasan sin que se den cuenta.

En las competiciones cada uno libra su batalla y lucha contra sus propios enemigos. Vencen al tiempo, al espacio. Superan los obstáculos que se encuentran y llegan al fin, triunfales, a la meta donde se reencuentran y cuentan lo que han vivido en el fragor de la batalla.

Mientras tanto, yo venzo a mis excusas y me siento a escribir al ritmo que marcan mis dedos, al son de la lluvia en el cristal muchos días, la misma bajo la que ellos corren. O dejándome acariciar por los rayos del sol que calienta sus pasos.

Hace un par de semanas participaron en una carrera de montaña: “I MARATÓN VILLA DE AIBAR”. Era la primera que corrían todos juntos, en equipo.

Lourdes y yo también fuimos. También formábamos parte del equipo. Somos la otra cara de la moneda, el apoyo logístico, las animadoras incondicionales que esperan a escasos metros de la meta dando ese último aliento con nuestros aplausos antes de que crucen la meta.

De camino, íbamos escuchando AC/DC. Alberto dice que le motiva. Seguramente en la salida escucharíamos esa misma canción.

Una vez allí comenzó el ritual de las carreras. Siempre es el mismo aunque no sean conscientes.

Sitio para aparcar, recogida de dorsal, búsqueda de un baño dónde descargar los nervios, colocación del dorsal…

El ambiente era distendido, había bromas entre ellos y nervios, muchos nervios.

-Ahora es cuando empiezas a juntarte con otros participantes y ves que todos son más altos y más delgados -dijo riendo uno cuando iban a por el dorsal.

-Y mejor preparados -contestó otro.
Todos nos reímos en ese momento.

Instantes antes de la salida, unas palabras de ánimo y esa foto del equipo que nunca falta y que forma parte también de ese ritual. 



Había mucha gente en la plaza. Mientras los corredores ocupaban su lugar, los espectadores buscábamos un hueco desde donde ver. Unos desde la calle, los más privilegiados, desde el balcón de su casa. Pero todos, animando y alentando a unos valientes que se iban a enfrentar a una dura prueba de 21 Kilómetros por los montes navarros.

Y mientras ellos subían y bajaban caminos, atravesaban riachuelos y procuraban no tropezarse con las piedras o arañarse con las ramas, nosotras pasábamos el tiempo recorriendo el pueblo.

El paseo por sus calles me llevó a mi infancia, a las noches de verano en mi pueblo. A aquellas noches llenas de risas y juegos en unas calles que nos acogían y formaban parte de nosotros. Me llevó a aquellos días en que éramos niños y el tiempo caminaba despacio.

Ahora el tiempo iba más deprisa. Los primeros corredores iban llegando. En la meta había algarabía.

Los mayores animábamos a la par que los pequeños ponían sus manitas para que los competidores se las chocaran.

Muchos lo hacían, otros no.

Y nosotras esperábamos a nuestros chicos. Con nervios, esperando que no hubieran sufrido ningún percance.

Y fueron llegando. Uno a uno.

El sufrimiento era patente en sus caras, al igual que la satisfacción una vez cruzada la meta.

Entonces, cada uno contó su experiencia. Todos habían hecho el mismo camino, pero con una perspectiva diferente. Cada vez que uno acababa iba a esperar al siguiente.

Del mismo modo que ha ocurrido en todas las carreras a las que hemos acudido, la imagen no estaba en el que llegó primero, ni tampoco en el que se dejó el alma al final para arañar unos pocos segundos de los muchos que había perdido por el camino. La imagen estaba en el que entraba disfrutando del calor de los aplausos. En esa madre y ese padre que recogía a sus hijos para recorrer esos últimos metros con ellos.

La imagen eran todos y ninguno. Era el valor y la sonrisa al acabar. Era ese esfuerzo y esa lucha que no les dejaba abandonar. La satisfacción de un trabajo bien hecho.


Ese último paso antes de cruzar la meta.

miércoles, 1 de marzo de 2017

ESA PARCELA DE CIELO



A menudo me asomo a la ventana por la noche y busco esa parcela de cielo en la que habitas ahora.

Seguro que es esa que tiene el mayor número de estrellas a su alrededor. La más iluminada para que podamos encontrarla sin dificultad.

Hace ya un año que te fuiste a vivir allí.


Todavía recuerdo todo lo que compartimos durante ese mes de febrero en aquella habitación. Todas las noches que pasamos juntos. Noches de acampada las llamábamos: ¿Te acuerdas? Yo llegaba cargada con la mochila donde guardaba la cena y la manta con la que me cubriría en la madrugada y te decía: ¿preparado para acampar? Tú te reías. Alrededor de aquel fuego imaginario contábamos historias cual adolescentes de campamento y mirábamos las estrellas. Las mismas que ahora contemplo yo sola.

Muchas veces odio a las nubes por taparlas, por no dejarme que te de las buenas noches.

Recuerdo todas y cada una de las conversaciones que mantuvimos. Esas se quedan para mí. Serán siempre algo entre tú y yo.

No siempre iba a dormir. Cuando nos tocaba pasar la tarde juntos, veíamos La ruleta de la suerte y nos reíamos de lo zoquetes que eran algunos concursantes. Después de comer y antes de echar una cabezada era el turno de ver “Saber y ganar”. Ahí admirábamos a los participantes y celebrábamos cuando acertábamos alguna respuesta. Nunca faltaba alguna alusión a Jordi Hurtado, sempiterno presentador que está igual que hace veinte años.

Cuando estoy triste me acuerdo de esos instantes y me pongo contenta.

Todas las mañanas al subir las persianas también miro en dirección a tu nuevo hogar y te imagino de pie en el balcón con una sonrisa y saludando al tiempo que vigilas que estemos bien. Yo suelo correr las cortinas para que nos veas, luego poso la vista en la fotografía que hay en el salón y te doy los buenos días.

Hace un tiempo soñé contigo. Estábamos todos sentados a la mesa comiendo, tú también estabas. Era un cumpleaños. De repente, me di cuenta de que era imposible que estuvieras allí. Entonces te levantaste de la mesa, me miraste y me guiñaste un ojo. Antes de que te dieras la vuelta y te marcharas acerté a decir: “Te echo de menos”. Me desperté sobresaltada pero con la sensación de haber estado contigo realmente. Ese día me pasaron cosas buenas.

Cada vez que hago croquetas sonrío pensando en ti. Siempre en los cumpleaños venías a la cocina a comerte una. Yo te reñía, pero la cogías igual. Sabías que no me enfadaba de verdad. La primera sigue siendo para ti, aunque ahora me la coma yo. Hace una semana, Alberto entró en la cocina y dijo: “con tu permiso hermano”. Agarro una croqueta de pollo y se la comió. En momentos como ese sonreímos.

Alberto se acuerda mucho de vuestra última noche juntos. La revive muchas veces a lo largo de los días. Se alegra de que le escogieras a él para pasar las últimas horas antes de irte. Y Lourdes se acuerda del cojín que te llevó para que pudieras dormir mejor y que no llegaste a utilizar. También recuerda el último beso que te dio y de lo que le dijiste en ese momento. Yo no te despedí con un beso porque olía a las salchichas del bocadillo que le había preparado a Alberto.

Me alegro de que me esperaras a la mañana. Ahí si te pude dar un beso y agarrarte de la mano. Alberto hizo lo mismo. Tu madre te acarició la mejilla y así, tranquilo, te fuiste.

No hubo tiempo de decir adiós. Un año después sigo sin querer hacerlo. De hecho creo que me negaré siempre a despedirte.

Al igual que te dije aquella noche que viniste a visitarme:


TE ECHO DE MENOS, ARTURO 

LOS DEMÁS TAMBIEN LO HACEN.


El tiempo avanza deprisa. Nuestros pasos son lentos y el camino es escarpado. En algunos tramos nos cuesta levantar los pies. Tu memoria se mantiene incólume dentro de nosotros y calma ese dolor que va más allá de tu ausencia, de ese silencio que grita y nos cae encima como una losa en fechas señaladas.

Está nublado hoy el día. Al fondo, abriéndose paso, se vislumbra un claro.