Los domingos me gusta despertarme sin que el despertador me
marque el inicio del día. Me gusta hacerlo cuando los rayos de sol se cuelan
por la ventana y acarician mi cara invitándome a abrir los ojos.
Sin embargo, no siempre es así. De hecho, casi nunca lo es.
Alberto se levanta temprano. No suena el despertador, sino su móvil. Con una
melodía suave. Él se levanta mientras yo me quedo en la cama un poco más.
Muchos días acusa el cansancio de la semana o se lamenta por
el mal tiempo que hace. No obstante, casi nunca se deja vencer por la pereza.
Ésta desaparece en cuanto sale de casa para ir al encuentro de un grupo de
amigos con los que va a correr el último día de la semana. Forman un equipo:
son los “Aupamendi del Norte” ya que también están los “Aupamendi del Sur”,
compañeros de la localidad alicantina de Villena.
Son como los Mosqueteros.
Siguiendo su mismo lema.
Están "todos para uno" esperando al que queda rezagado y "uno
para todos" en lo alto de una cima animando a los que han quedado detrás.
Siempre uno al lado del otro, acompañándose, dándose la mano en los terrenos
más escarpados, animándose… Ríen, charlan, se olvidan del esfuerzo
que están haciendo y los km pasan sin que se den cuenta.
En las competiciones cada uno libra su batalla y lucha contra
sus propios enemigos. Vencen al tiempo, al espacio. Superan los obstáculos que
se encuentran y llegan al fin, triunfales, a la meta donde se reencuentran y
cuentan lo que han vivido en el fragor de la batalla.
Mientras tanto, yo venzo a mis excusas y me siento a escribir
al ritmo que marcan mis dedos, al son de la lluvia en el cristal muchos días,
la misma bajo la que ellos corren. O dejándome acariciar por los rayos del sol
que calienta sus pasos.
Hace un par de semanas participaron en una carrera de
montaña: “I MARATÓN VILLA DE AIBAR”. Era la primera que corrían todos juntos, en
equipo.
Lourdes y yo también fuimos. También formábamos parte del
equipo. Somos la otra cara de la moneda, el apoyo logístico, las animadoras
incondicionales que esperan a escasos metros de la meta dando ese último
aliento con nuestros aplausos antes de que crucen la meta.
De camino, íbamos escuchando AC/DC. Alberto dice que le
motiva. Seguramente en la salida escucharíamos esa misma canción.
Una vez allí comenzó el ritual de las carreras. Siempre es el
mismo aunque no sean conscientes.
Sitio para aparcar, recogida de dorsal, búsqueda de un baño dónde descargar los nervios, colocación del dorsal…
El ambiente era distendido, había bromas entre ellos y
nervios, muchos nervios.
-Ahora es cuando empiezas a juntarte con otros participantes
y ves que todos son más altos y más delgados -dijo riendo uno cuando iban a por
el dorsal.
-Y mejor preparados -contestó otro.
Todos nos reímos en ese momento.
Instantes antes de la salida, unas palabras de ánimo y esa
foto del equipo que nunca falta y que forma parte también de ese ritual.
Había mucha gente en la plaza. Mientras los corredores
ocupaban su lugar, los espectadores buscábamos un hueco desde donde ver. Unos
desde la calle, los más privilegiados, desde el balcón de su casa. Pero todos,
animando y alentando a unos valientes que se iban a enfrentar a una dura prueba
de 21 Kilómetros por los montes navarros.
Y mientras ellos subían y bajaban caminos, atravesaban
riachuelos y procuraban no tropezarse con las piedras o arañarse con las ramas,
nosotras pasábamos el tiempo recorriendo el pueblo.
El paseo por sus calles me llevó a mi infancia, a las noches
de verano en mi pueblo. A aquellas noches llenas de risas y juegos en unas
calles que nos acogían y formaban parte de nosotros. Me llevó a aquellos días
en que éramos niños y el tiempo caminaba despacio.
Ahora el tiempo iba más deprisa. Los primeros corredores iban
llegando. En la meta había algarabía.
Los mayores animábamos a la par que los pequeños ponían sus manitas para
que los competidores se las chocaran.
Muchos lo hacían, otros no.
Y nosotras esperábamos a nuestros chicos. Con nervios,
esperando que no hubieran sufrido ningún percance.
Y fueron llegando. Uno a uno.
El sufrimiento era patente en sus caras, al igual que la satisfacción
una vez cruzada la meta.
Entonces, cada uno contó su experiencia. Todos habían hecho
el mismo camino, pero con una perspectiva diferente. Cada vez que uno acababa
iba a esperar al siguiente.
Del mismo modo que ha ocurrido en todas las carreras a las
que hemos acudido, la imagen no estaba en el que llegó primero, ni tampoco en
el que se dejó el alma al final para arañar unos pocos segundos de los muchos
que había perdido por el camino. La imagen estaba en el que entraba disfrutando
del calor de los aplausos. En esa madre y ese padre que recogía a sus hijos
para recorrer esos últimos metros con ellos.
La imagen eran todos y ninguno. Era el valor y la sonrisa al
acabar. Era ese esfuerzo y esa lucha que no les dejaba abandonar. La
satisfacción de un trabajo bien hecho.
Ese último paso antes de cruzar la meta.
Enhorabuena, Arancha, por tu relato. ¡Qué bien narras esa experiencia de ese grupo que se dedica a correr y a hacer carreras. El relato me ha parecido precisamente como una carrera, lo has relatado todo linealmente hasta llegar a tu fin. Y tu finalidad, o al menos lo que a mí me ha llegado, es mostrar la maravilla del buen ambiente de ese grupo y lo bien que lo pasáis. Que sigáis pasando muchas líneas de meta y que detrás de ellas festejéis vuestra amistad
ResponderEliminarEnhorabuena, Arancha, por tu relato. ¡Qué bien narras esa experiencia de ese grupo que se dedica a correr y a hacer carreras. El relato me ha parecido precisamente como una carrera, lo has relatado todo linealmente hasta llegar a tu fin. Y tu finalidad, o al menos lo que a mí me ha llegado, es mostrar la maravilla del buen ambiente de ese grupo y lo bien que lo pasáis. Que sigáis pasando muchas líneas de meta y que detrás de ellas festejéis vuestra amistad
ResponderEliminar