Despunta un nuevo día. El alba
llena de colores el cielo y los rayos del sol que asoma tímidamente todavía se
cuelan por entre los huecos que dejan las nubes.
Las flores se desperezan
abriendo sus pétalos y muestran todo su esplendor. La primavera ha comenzado ya
hace tiempo, pero apenas se ha hecho sentir. Recuerda que abril pasó casi
desapercibido y sus lluvias no barrieron el polen que provoca tantas alergias.
De hecho, no barrieron nada porque no llovió.
Ella se debate entre
levantarse o seguir unos minutos más disfrutando de la suavidad de las sábanas,
de la calidez del sueño del que se acaba de despertar pero que aún sigue en su
memoria. Sabe que dentro de un rato ya no se acordará, de hecho, solo recuerda
un par de detalles. No importa, se siente bien, se ha despertado con una
sensación agradable.
Diferente a otros días.
Al fin se levanta y se dirige
al cuarto de baño. Se moja la cara. Se quita los vestigios
de la noche reflejados en su rostro. Le gusta sentir el frescor en sus
mejillas, aunque eso no impide un sobresalto ante la primera impresión.
Imagen: Arantxa Murugarren. |
Sube la persiana y se
asoma a la ventana. Imagina que es otra persona, que está en otro lugar.
Imagina que vive otra vida y que el paisaje que ve desde la ventana es otro
completamente diferente al de cada mañana. Aspira profundamente y huele a brisa
marina, a flores, a tierra mojada…
Se impregna del olor a esa vida que no sabe a
qué huele. Quizás porque la vida no huele. O tal vez porque lo hace demasiado.
Sin apartar la vista de un
punto sin definir en el horizonte, se pregunta si de verdad querría ser otra
persona, vivir en otro lugar y ver un paisaje diferente desde su ventana.
Se da cuenta de que una vida
distinta supondría unos sentimientos distintos, una manera de afrontar el
futuro de una forma no habitual.
No habitual en ella que odia
los cambios, que vive anclada a esa zona de confort que ella misma se ha
creado, a esa fortaleza sentimental que ha construido a base de excusas que no
reconoce.
Una quimera.
Sabe que no es real,
pero parece real.
Y sonríe apoyada en el
alfeizar y ve su reflejo en el cristal. En ese momento, piensa que tiene que limpiarlo. Y los minutos pasan, y las horas, y los meses, y los años.
Pasa el tiempo y pasa ella.
Y cada día, se asoma a la
misma ventana y ve el mismo parque que la ha visto envejecer. Que ha visto
crecer a sus hijos, a los hijos de otros, a los árboles que le rodean. Esos
árboles que riegan la hierba con sus hojas cada otoño, que reverdecen cada
primavera, que esperan la nieve cada invierno y que protegen del calor cada
verano.
Ese mismo parque que a través
de los años ha contado una historia, miles de historias. la de ella se intuye a través
de sus manos temblorosas, de sus ojos rojos, de sus pies cansados de caminar
tanto.
De su sonrisa triste.
Y cada día también, oye la
voz de él y se alegra de ser ella, de estar en ese lugar, de despertarse cada
mañana.
Y de vivir.
Sobre todo, de ¡VIVIR!
Arancha, me parece delicioso el relato que nos has regalado. Todos hemos pensado alguna vez lo de tener una vida diferente; se queda en pensammientos incompletos, tú has sabido presentarnos esta idea con un desarrollo hermoso dentro de una historia. Te felicito. Y yo también quiero acabar con exclamaciones como tú diciendo ¡Viva la Vida! Un grito en favor de vivir en cualquier circunstancia
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