Como cada 1 de
Noviembre, iré al cementerio. Al igual que yo, miles de personas más lo harán también. Llevaremos flores
y nos pararemos un ratito delante del hogar donde residen nuestros seres
queridos, mejor dicho, donde está una parte de ellos, porque a mí me gusta
pensar que habitan una parcela en el cielo desde donde nos saludan cada día.
Me gusta la calma que
rodea a los cementerios, la majestuosidad de los cipreses que lo custodian.
Si los cipreses hablaran,
el silencio tendría un significado distinto.
Si pudiesen hablar
contarían la historia de esa familia que se reúne cada 1 de noviembre y juntos
van andando hacia el cementerio convirtiendo esa fecha en algo tradicional para
pasar el día juntos.
Si los cipreses
hablaran, dirían que la vida ha cambiado, que ya no llueve como antes, ni va la
misma gente que antes, dirían incluso, que el olor de las flores ya no es el
mismo. Y dirían que ya no ven el color de los ojos de la gente porque ya no los
miran.
Recuerdo un verano en el
pueblo que fui a pasear por el monte. Sin saber cómo me desvié de la ruta y me
perdí. Recuerdo que hacía frío. A lo lejos vi esos árboles tan altos y supe dónde
estaba. Me acerqué allí, con miedo, con respeto, pensando en todas esas
historias que nos cuentan los libros, las películas.
Allí no había nada, solo
silencio. El viento movía los árboles. El sol se rebelaba contra las nubes. La
sombra de los cipreses apenas se vislumbraba. Y yo seguía allí, de pie, sin
moverme. Se hacía de noche, había que volver.
Años después leí “La
sombra del ciprés es alargada”, de Miguel Delibes. Todavía me acompaña esa
sensación de tristeza que me dejó su lectura.
Algún día tengo que releerlo me
digo muchas veces. Al final nunca lo hago. Es curioso pero el recuerdo de
aquella tarde me vino a la memoria cuando lo leí y vuelve a hacerlo ahora
mientras escribo.
Si los cipreses
hablaran, relatarían la historia de esa niña que siempre iba al cementerio
acompañada de sus padres y sentía pena del pobre que estaba enterrado junto a
la tumba de sus abuelos porque nunca iba nadie a verle, nunca había flores
allí. Ella siempre cogía unas flores para dejárselas y que no estuviera tan
solo. Le pedía a su madre que hiciera un ramo para él. No sabía quién era, tan
solo conocía el nombre grabado en la lápida. Todavía hoy se sigue parando allí.
Sus hijos también lo hacen.
Cuando éramos pequeñas,
mi hermana y yo íbamos con cuidado para no pisar a quienes habitaban allí. No
queríamos hacerles daño.
Si los cipreses pudieran
hablar, contarían la historia de esa anciana que acude todos los días a ver a
su único hijo muerto hace muchos años, sin darse cuenta de que un día ya no irá
nadie.
Contarían miles de
historias que no aparecen en ningún libro ni en una serie de televisión. Y
dirían todo lo que no se escucha allí. Seguramente se quejarían del frío del
invierno y del calor sofocante del verano. Dirían que nieva menos y que apenas
va gente nueva a vivir allí. Describirían la soledad del sepulturero después de
una muerte, mientras termina de cubrir de tierra el ataúd. Antes de irse a casa
con su familia. Antes de callarse como ha ido su jornada de trabajo.
La vez que me perdí no
estaba asustada. Estaba cerrado y
no podía entrar. Sin embargo, no pude evitar echar una mirada al interior. Allí parada delante de la verja, me dí cuenta de que nunca había visto un ciprés tan de cerca. Me imaginé volviendo en
el futuro, compartiendo un monólogo que solo me atañía a mí, que nadie escucharía. Pensé en todas las veces que acudiría ahí para sentirme acompañada.
Nunca volví a ir sola.
Si los cipreses
hablaran, yo no estaría escribiendo esta historia.
Si ellos hablaran, mi
pluma permanecería en silencio.
Muy lindo, Arantxa!
ResponderEliminarProfundo, poético, con ritmo. Me encanta, me ha hecho sentir tristeza, igual no es solo por el relato. Abrazos.
ResponderEliminarProfundo, poético, con ritmo. Me encanta, me ha hecho sentir tristeza, igual no es solo por el relato. Abrazos.
ResponderEliminarArancha, ¡cómo me ha gustado tu relato! Me parece escrito con delicadeza y formando todo el relato una unidad muy hermosa. Me encanta el principio por la visión sobrenatural en la que dices lo de la parcela que habitan en el cielo y desde donde nos saludan cada día. El resto tiene un tono más nostálgico pero que pide leerse y releerse.
ResponderEliminarMe encanta cómo juegas con los cipreses, te dan mucho juego. Todo me parece muy bello.
Seguro que habitando alguna parcela del cielo hay algún poeta o escritor de relatos al que también le ha encantado hacer fiesta hoy leyendo tu relato. En el cielo hay poetas pero nosotros somos quien debemos escribir aquí en la Tierra acerca del cielo. ¿Qué te parece, Arancha? ¿Serías capaz de escribir un poema o un relato acerca del cielo en la Tierra? Es decir, de todo lo bello, bueno y verdadero que hay o debería haber en la Tierra.
Precioso Arantxa
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