lunes, 6 de julio de 2020

6 DE JULIO: UN CHUPINAZO SILENCIOSO.


 
No recuerdo la última vez que desperté un 6 de julio con un desasosiego y una angustia tales como los que he sentido esta mañana cuando ha sonado el despertador.

No lo recuerdo porque no soy consciente de que haya ocurrido alguna vez.

Tampoco recuerdo haber dejado sonar el despertador un 6 de julio.

Sí recuerdo la última vez que trabajé este día. Hace mucho tiempo de aquello.

También recuerdo mis últimos sanfermines trabajando.

Se me olvida que este año no va a haber sanfermines.

Pero el espíritu permanece, también la emoción que eriza el vello de mis brazos y empaña mis ojos todos los 6 de julio a las 12 del mediodía. No entiende de virus, de pandemias ni de nueva normalidad con aforos limitados. Esa emoción que corre por mis venas sigue ahí y reclama su sitio, su minuto de gloria, sus años de recuerdo.
 
 


 
 
Generalmente la madrugada de este día no duermo bien, me acuesto tarde y me despierto cada rato con los nervios y la ansiedad del día esperado desde el 14 de julio del año anterior.

Sin embargo, este año he dormido, agotada de cansancio, sin despertarme excesivas veces, con unos sueños extraños que recordaba al abrir los ojos y con una sensación de tristeza que me cuesta relatar con palabras.

Me he levantado con la impresión de un chupinazo silencioso que retumbará en mis oídos aunque no se escuche en el cielo. Los momenticos habituales de este día especial serán distintos, pero no dejarán de ser momenticos, lo serán en función de lo que cada persona cree o reinvente.

El trayecto al trabajo ha sido como el de cualquier otro día, pero con una perspectiva diferente, la de unas calles semi-vacías y unas paradas de autobús carentes de vida, ajenas al ajetreo propio de la fecha.

En el coche una música melancólica a tono con la nostalgia que siento hoy. Unas notas grises que acompañan un día alegre rendido a la tristeza de quien ve llover aunque no esté lloviendo.

No hay sanfermines, apenas he visto a nadie vestido de pamplonica. Yo tampoco iba con el atuendo, pero sí con los colores propios de las fiestas, con el rojo que este año simboliza el dolor más que nunca y con el blanco que me recuerda los espacios vacíos, la ausencia y la soledad de un año en la que los meses han pasado de puntillas y la primavera ha florecido al otro lado de las ventanas.

Y almorzaré, como todos los días, también como todos los años este día. Sin embargo, la compañía no será la habitual de este día especial y el almuerzo aunque no sea el de un día normal, tampoco será el mismo.

¿Quién dijo que unos huevos con txistorra no podrían ser dulces?

Gracias al detalle que ha tenido esta mañana una persona al traernos un platillo de gominolas emulando el castizo almuerzo sanferminero, el instante será menos amargo y la dulzura besará mi paladar. Ha sido un bonito regalo. A mí particularmente me ha hecho mucha ilusión.

A las 12 no sonará el estallido del cohete, pero yo miraré al cielo como cada 6 de julio y me acordaré de los que ya no pueden celebrar conmigo.

Alberto subirá a la Peña Izaga y desde la cima de un monte intentará tocar las nubes y se colocará alrededor de su cuello el pañuelo con el recuerdo de su hermano. A las 12 las lágrimas empañarán sus ojos y recordará años pasados, también imaginará los que están por venir. Después me llamará, luego se quitará el pañuelo y regresará a casa con el sentimiento extraño que envuelve una sensación rara.

 Por su parte, Lurdes, desde casa, recordará cada 6 de julio vivido. Ella no se ha perdido ninguno. Incluso el año que nació (15 días después de las fiestas) lo vivió. Todavía recuerdo aquellas pataditas al son de los fuegos artificiales.

Cada persona llevará hoy ese sentir de la fiesta en su interior, cada uno lo celebrará o no lo hará a su manera, desde el balcón, desde la ventana, desde su puesto de trabajo, desde el monte…

Espero que las calles no se llenen de gente, que el sacrificio de muchos no se vea oscurecido por la irresponsabilidad de otros.

No quiero que el verano me mire desde el otro lado del cristal.

No quiero más hojas en blanco.

Este año el pañuelico no acariciará mi cuello, este año cubrirá mi boca en esta nueva normalidad que de normal no tiene nada.

O tal vez sí.

Quién determina el significado de “normal”.

Dentro de unos años recordaré 2020 como el año que no hubo sanfermines.

No en apariencia.

Sí en el corazón.

1 comentario:

  1. Como siempre, bonito, nostálgico y entrañable. Me en cantan tus letras Arantxa ya lo sabes. esperemos que esta normalidad se vuelva normal de verdad y sobre todo, que esta separación y estas dudas, nunca lleguen a deshumanizarnos. Somos una especie de grupo, de abrazarse, de besarse, de tocarse de hablarse y reirse juntos, no separados dos metros. Un abrazo Arantxa.

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