Hace unos
meses puse una vela más en mi tarta y fui feliz. Escribí pensamientos y emociones
que sentía y él, a mi lado disfrutó de mi felicidad. Hoy, 15 de noviembre hemos
colocado una nueva vela en su tarta. Hoy era Alberto quién debía disfrutar del
cariño de la familia, de los amigos más cercanos y de todos aquellos que no lo
están tanto y por escrito han querido dedicarle unas bonitas palabras.
Ahí estaba yo, a su lado, cuando nuestra hija le ha enseñado la tarta que había hecho para él. Una
tarta de chocolate decorada con el escudo de Osasuna fabricado con ladrillos de
regaliz de colores. Una preciosa y riquísima tarta.
Detrás de esa
tarta había esfuerzo e ilusión. Es difícil describir con exactitud la cara de
orgullo de Alberto al ver el detalle y el trabajo realizado por su niñita,
porque, para él, siempre será su niñita. Del mismo modo, yo tampoco soy capaz de contar con claridad la emoción que sentí yo al verlos.
Ya son muchos los
cumpleaños que hemos celebrado juntos. Cada uno con su encanto especial. No
obstante, el comienzo siempre ha sido el mismo: yo a la espera de que den las 12
de la noche para ser la primera en felicitarle con un tierno beso en la nariz,
un simpático gesto que ya se ha convertido en tradición. A continuación,
deposito otro en sus labios al tiempo que digo: “felicidades”. Estos pequeños “detalles”
hacen que nos queramos cada día un poquito más.
Sin embargo, el
de hoy ha sido distinto. Ninguno de los que estábamos a la hora de comer hemos dicho nada pero estoy convencida de que al igual que yo, se han fijado en
ese lugar vacío que había hoy en la mesa y han echado de menos el sonido de esa risa que ya no
se escucha y jamás olvidaremos.
No es momento
de ponerse triste. Me acabo de dar cuenta de que ya es dieciséis de noviembre.
El día ha pasado rápido, con esa velocidad que caracteriza al tiempo y no es imposible detener.
No hace falta
una celebración ostentosa para que las situaciones sean especiales. Basta una
mirada, una sonrisa, una caricia en la mano. No hace falta decir nada porque al
margen de las palabras, los gestos lo dicen todo.
Ahora, por fin comienzo a escribir todo lo que mi mente ha ido almacenando a lo largo del día esperando el instante de plasmarlo. De repente, he sentido que él estaba detrás de mí.
-¿Qué vas a escribir?- ha
preguntado
-Un relato sobre tu cumpleaños.
Me ha dado un beso de buenas noches y se ha dado la vuelta. Despacio, se ha dirigido al dormitorio. Antes de cerrar se ha quedado parado unos segundos.
-¿Cómo terminará?- ha dicho
-¿Qué?
-El relato, ¿cómo va a terminar?
-Siendo tú el protagonista.
Entonces, él ha apagado la luz y yo he encendido el ordenador.
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