Cada mañana, al despertarme, doy
gracias por poder disfrutar de un nuevo día y además, me levanto con la
convicción de que va a ser especial. Estoy segura de que habrá un momento, una
situación, un encuentro fortuito, la llamada de esa persona de la que hace
tiempo que no se nada o un beso de buenas noches que hará que se cumpla.
Sin embargo, hay días que además, son
extraordinarios, únicos. Nosotros hacemos que lo sean. El domingo pasado nos
reunimos unas cuantas compañeras del instituto. Hacía mucho que no nos veíamos.
En los últimos años nos hemos ido localizando poco a poco a través de las redes
sociales o encuentros circunstanciales. Por supuesto, nos unimos a esa moda de
los grupos de whatsApp para mantener el contacto y tras varios intentos y conversaciones,
al final logramos organizar una comida. Una buena excusa para pasar un rato
juntas. No estábamos todas pero nos acordamos de quienes no pudieron acudir y de
aquellas a las que no logramos localizar o que habiéndolo hecho se hallan
viviendo fuera de Pamplona.
El tiempo pasó volando entre
risas, recuerdos de juventud, momentos pasados que jamás olvidaremos y brindis
rememorando los veinticinco años transcurridos desde que empezamos a estudiar
juntas.
Revivimos las horas de estudio y los momentos pasados en la cafetería junto al instituto. Imposible olvidarse de aquellos pinchos de tortilla de patata. Nos preguntamos si seguiría existiendo, alguien comentó que si. Volvimos a contar aquellas historias y anécdotas que quedarán entre nosotras
cual secretos de confesión que jamás contaremos porque es algo que pertenece
solo a las protagonistas, es decir, nosotras. Por eso y porque hay cosas que
como hijas nunca hemos dicho y como madres es mejor no decir.
Ahí estábamos, charlando sin parar y sin los silencios incómodos que suelen acompañar los reencuentros de
personas que no han hablado hace mucho. Era como si el día anterior hubiésemos
dejado una conversación pendiente que no pudiera esperar más tiempo a ser
retomada. Teníamos tantas cosas que contar y que escuchar.
Descubrimos cada una la vida de
las demás, con sus obstáculos, problemas, idas y venidas y nos asombramos de la
fortaleza de cada una para superar esas pruebas que la vida nos ha ido
poniendo. Detrás de la sonrisa de cada una había una dificultad o una pena que
nos acompaña cada día y que intentamos superar aunque en ocasiones nos cueste. Nos
dimos cuenta de que seguíamos siendo las mismas aunque con unos años más y curtidas
en mil batallas que nos ha hecho más fuertes.
Fuimos felices. Disfrutamos de la
compañía y la cercanía de una amistad sincera que el paso de los años no ha
erosionado. Nos olvidamos de lo que había a nuestro alrededor, paramos el
tiempo y nos trasladamos a ese lugar donde la menor dificultad se convertía en
un obstáculo insalvable cuya solución radicaba en el consejo y ayuda de las
demás.
Antes de despedirnos nos hicimos
esa foto que permanecerá en nuestra memoria y en el perfil del whatsApp hasta
que nos volvamos a reunir que no será dentro de mucho ya que antes de irnos
hicimos la promesa de repetirlo pronto y, con aquellas que no habían podido
estar.
Seguro que lo cumplimos. Quedó tanto por decir y tanto por lo que emocionarnos...
Mientras, por mi parte, recordaré con una sonrisa cada palabra dicha y escrita aquí ahora. Seguro que
vosotras, al leerlo, haréis lo mismo.
Y como prometí, aquí va el poema
que dije que escribiría y que va a dedicado a todas nosotras que estudiamos
Secretariado Bilingüe y Comercial en María Ana Sanz hace 25 años.
TANTO TIEMPO...
El tiempo pasa,
deprisa,
sin esperar,
sin darnos una tregua
o un momento de
reflexión
y nos muestra unas
huellas,
profundas tras
recorrer
tantos caminos,
unas veces con
esfuerzo
otras con lágrimas
pero siempre con
ilusión
de repente,
poco a poco
empezamos a
encontrarnos
y volvemos a ser un
grupo,
mas ahora,
curtido en
experiencias,
en pruebas
que la vida nos ha
puesto
y superar hemos
sabido.
Entonces,
nos reunimos como
antaño
cada recreo
y recordamos
instantes,
lugares,
situaciones y
personas.
Somos las mismas
pero diferentes,
hablamos
y nos conocemos de
nuevo,
el tiempo se para
sin que nada
veamos alrededor,
ahí, en ese instante,
volvemos a los veinte
años,
a los diecinueve,
incluso a los
dieciocho
y revivimos el
sentimiento
de una edad pasada
que en el recuerdo
queda
y nada importa,
solo nosotras.
Al despedirnos,
la promesa de otro
encuentro
nos acompaña,
mientras,
cada día sale el sol
y al atardecer
la luna va a
recibirnos
con los sueños de una
vida
que, de la noche a la
mañana,
vuelven a ser
realidad.
Autora: Arantxa Murugarren
Arantxa, este es un articulo que nos reconcilia con la vida. Nos devuelves la pasión por las cosas pequeñas. Y por las cosas grandes, porque vuestra reunión fue sin duda un gran acontecimiento. Se respira cariño autentico en tus palabras, en la foto y en el precioso poema.
ResponderEliminarTambién el relato me ha hecho pensar y recordar mi historia
Enhorabuena, Arantxa, gracias por compartir tu vida con nosotros
Gracias por tus palabras, Oscar. Comentarios como el tuyo siempre me animan a seguir escribiendo aunque haya momentos de flaqueza en los que quiera dejar de hacerlo.
EliminarLas cosas pequeñas siempre son importantes y se acaban convirtiendo en algo grande en nuestra vida.
Me alegro mucho de que mis palabras y nuestros sentimientos te hayan llevado a tus propios recuerdos. Es gratificante saber que he transmitido todo aquello que pretendía.
Te agradezco mucho todo el cariño que siempre me demuestras.
Un muy bonito recuerdo. Precioso poema. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Magda y que mejor que escribir ese bonito recuerdo para que permanezca vivo no solo en nuestra memoria.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar