La oscuridad se va
disipando y por las calles solo transita el aire a esta hora. Sin apenas darnos
cuenta la última madrugada del año se ha marchado dejándonos al alba del 31 de diciembre,
último día del año.
No he dormido bien.
Me he despertado en mitad de la noche con la sensación agria de un mal sueño,
con ese vacío aletargado de aquello que solo ha sucedido en mi mente, pero me
inquieta a pesar de no saber de qué se trata.
Y he vuelto a caer en una semi-inconsciencia
queriendo atrapar esas imágenes que durante unas horas forman parte de una vida
aletargada en la que participamos como si fuera una realidad paralela, un mundo
distante del que no somos conscientes de ser protagonistas.
Citando a Calderón de
la Barca: “pero la vida es un sueño y los
sueños, sueños son”.
Y los míos están ahí,
esperando formar parte de mi rutina, esperando que los alcance, ocultos entre
una nube espesa de excusas que no se disipan porque el sol ciega demasiado y da
miedo mirar directamente. A veces me olvido de que entre la niebla hay una
humedad que entumece y solo se arregla con ese calor que me empeño en evitar.
Sí, ya ha pasado la
última madrugada del año, una más entre todas las madrugadas de esta carrera de
fondo en la que no hay que llegar primero, en la que no sabemos dónde está la
meta, en la que lo realmente importante es hacer kilómetros. Con esa impresión
de que cada vez pasan a más velocidad mientras nosotros vamos cada vez más
despacio.
Parece una más, sin
embargo, es distinta. Es la que nos hace mirar atrás hacia los avituallamientos
de 2017, la que nos obliga al recuento de vasos de agua que hemos consumido, a
hacer balance de las fuerzas que nos quedan para seguir adelante, de cómo hemos
de dosificarlas para no detenernos.
Seguro que en algún
tramo de este último año los calambres han hecho que aminoráramos el paso y con
seguridad también hemos querido cambiar de rumbo, en alguna ocasión incluso
puede que lo hayamos hecho, que nos hayamos quedado frente a una bifurcación
pensando si era mejor girar a la derecha o a la izquierda y la decisión tomada
quizá no fuera la mejor pero sí la que tenía que ser. Tal vez hemos tropezado con
alguna piedra que no habíamos visto o resbalado en alguna parte demasiado
húmeda e incluso caído. Eso no tiene demasiada importancia, lo decisivo es
volver a levantarse, seguir avanzando.
A veces pienso que
mis zapatillas aprietan demasiado, Entonces aflojo un poco los cordones para
que duelan menos. Unas zapatillas que no puedo cambiar porque son mías, las que
me correspondieron en un principio y yo les he dado forma a lo largo del tiempo
haciendo que se adaptaran a mí y yo adaptándome a ellas.
Unas zapatillas que no
podría calzar nadie más.
Ni yo podría calzar
otras.
Porque no hay unas
zapatillas perfectas.
Aunque algunas
deslumbren por su brillo.
Aunque estén tan
nuevas que parecen recién estrenadas.
Todas tienes sus
kilómetros a sus espaldas y sus roces y caídas.
Cada una es el
zapatito de cristal que tan bien encajaba en el pie de Cenicienta.
Hay momentos
en los que me gustaría ser ella y llevar ese zapato de cristal sin reparar en
que el cristal es frágil y se rompe y mis zapatillas son resistentes a las
inclemencias de la vida, a los terrenos pedregosos, a la vida, al tiempo y al
espacio, a esa ecuación de resultado incierto. A ese algoritmo que hace de mí
lo que soy.
¡Último día del Año!
Suena bien.
Es hora de decir adiós
a 365 días, de intentar recordar durante un instante todo lo transcurrido,
de apartar las lágrimas que han cubierto nuestros ojos y sentir nostalgia de
los momentos alegres. Es hora de almacenarlo todo y guardarlo en el trastero de
nuestra mente.
De cerrar esa puerta
y no volver a entrar ahí.
De continuar el trayecto con la cabeza alta, de frente, sabiendo que mientras
sigamos en marcha estaremos vivos y todo será posible.
Miro por la ventana y
veo que las luces de las farolas se han apagado, la cuenta atrás continúa.
Hoy a las doce de la
noche, el contador se pondrá a cero tras doce campanadas que sonarán más
fuertes que el resto del año, tras el intento de comerse doce uvas antes del
último segundo.
Con la esperanza de una
senda con menos cuestas y más llanuras.
A las doce y un
minuto comenzaremos otra etapa, con la ilusión de algo nuevo.
Con la certeza de
algo viejo que continúa.
Con el deseo de otro
31 de Diciembre para volver a hacer recuento.
Y así una y otra vez
mientras haya un camino que recorrer.
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